martes, 19 marzo 2024
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23 de abril: Ronda sin libros

En septiembre de 1931, Federico García Lorca se dirigió en pública alocución a los vecinos de Fuente Vaqueros y, sobre la marcha y voz en grito, hilvanó uno de los discursos más bellos que jamás se dedicara a los libros, al Libro, entendido este como herramienta de progreso: poderoso cincel con que los pueblos sabios pulen el alma de sus gentes.

Lamentablemente las palabras de Federico hace mucho que cayeron en el olvido, cuando no, como es nuestro caso, en el desprecio más nauseabundo. Y si no, atiéndase al estado ruin y cicatero que presenta nuestra Biblioteca Pública. Y no hablo de su ubicación, que por poder podría, sino de la tristeza de sus fondos, cuya agónica pobreza dice mucho del desinterés de nuestros políticos.

Porque, sépanlo las gentes, sépanlo todos: Ronda carece de libros. Ronda tiene menos libros ahora, en 2023, de los que tenía en 1932, cuando don Fernando de los Ríos era el ministro de Instrucción Pública de la II República. Menos que menos, pues por no tener ni tenemos ni la Espasa actualizada…

Creen algunos que Internet todo lo tapa, creen otros que cables y conexiones digitales acabarán arrinconando al libro, pero no, el Libro, salvo que los escritos de Huxley —en su Mundo feliz—, de Bradbury —en su Fahrenheit 451— y de Orwell —en 1984— estuvieran en lo cierto, no desaparecerá nunca, y cuando digo nunca es que estoy hablando en términos cósmicos. El libro será siempre el alma del mundo.

Obligados, pues, por la evidencia de que Ronda es en la actualidad un desierto bárbaro en asunto de libros, es por lo que traemos de nuevo hasta estas páginas algunas de aquellas palabras vertidas en la plaza de Fuente Vaqueros hace ya casi un siglo. Siguen en plena vigencia.

“No solo de pan vive el hombre –clamaba Federico-. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo saco desde aquí a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio del Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.

Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansias de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita, ¿y dónde están esos libros?

¡Libros! ¡Libros! He aquí una palabra mágica que equivale a decir: «amor, amor», y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso, Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita, pedía socorro en carta a su lejana familia, solo decía: «¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que alma no muera!». Tenía frío y no pedía fuego, tenía sed y no pedía agua, pedía libros, es decir horizontes, es decir escaleras para subir a la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o fría, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.

Ya ha dicho el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más verdaderos de Europa, que el lema de la República debe ser: «Cultura». Cultura, porque solo a través de ella se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo  lleno de fe, pero falto de luz. Y no olvidéis que lo que primero de todo es la luz”.

Hoy, cuando se celebra el Día del Libro, 23 de abril, es todo cuanto se me ocurre decir. Me dan pena, y más tristeza, esos pueblos, esos centros educativos que renuncian al poder inmenso de los libros, que los ningunean o los ocultan, que pasan de ellos, cuando no retiran estanterías para colocar computadoras. Y sí, no me corto y digo que me da grima que personas ilustradas e inteligentes, personas que me constan buenas, vengan a facilitar que las tecnologías se muestren tan contrarias a las páginas de los libros.Hay una lucha, de momento velada, entre la lectura y los colorines de no más de dos minutos de tiktok y demás morfinas de nuevo cuño. Y algunos no se enteran de qué va todo esto, de ahí que el amor, la pasión, la defensa del Libro les parezca cosa de friquis.

Una biblioteca, aunque no se usara, aunque no se demandara, por más vacía que estuviera, siempre será como esas ermitillas románicas que muestran sus ruinas al borde del Camino de Santiago: hace mucho que nadie dice misa en ellas, mucho que nadie reza en sus altarcillos desmoronados… Pero sólo saber que están ahí nos humaniza, nos enternece, nos separa de los robots que nos empujan hacia ese espacio desconocido y sin control al que unos becerros –de oro- llaman Inteligencia Artificial. Dime, Siri… Alexa, qué tiempo hará mañana… Una biblioteca es una fortaleza, un castillo, una trinchera educada e inocente frente a la barbarie que nos rodea. Las bibliotecas son los últimos baluartes frente a la locura de colorines y consumo digital sin freno que se está adueñando del corazón indefenso de nuestros hijos.

Estamos seguros de que en las próximas elecciones los partidos políticos perfilarán sus mensajes y, necesariamente, incluirán un apartado en el que se jure, si es posible ante notario, que, caso de ganarlas, habrán de construir una nueva biblioteca digna de Ronda y, claro está, llenarla de libros, atiborrarla de libros, emborracharla de libros… ¿Y con la actual qué hacer? Tal vez ponerla a disposición de los escolares de la zona. Con eso bastaría.

Lo que aquí se dice no es de ahora; el desastre viene de lejos. Y no hay culpables exclusivos: lo somos todos.Nos unimos para cantar salves, nos mosqueamos por asuntos de lo más nimio, y por el contrario, somos incapaces de aunar voluntades para que nuestros hijos puedan tener a su alcance una biblioteca digna. Visiten nuestros políticos la Biblioteca Pública de Antequera, paseen entre sus estantes, que acogen 80.000 volúmenes, vean cómo se mima al personal y después, si tienen lo que hay que tener, vienen y nos dicen que los libros no dan votos.

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