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domingo, diciembre 7, 2025
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Cantar de la afrenta de Paco Salazar

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Cantan las tierras del reino la sombra que nos marcó,
Paco Salazar por nombre, cuya fealdad no ocultó.

Feo de rostro y de alma, feo que el aire torció,
quien le miraba de frente comprendía qué sembró.

Mas él, tan pobre en figura, tan tosco en cuanto mostró,
se creía bello y gallardo, cosa que el mundo negó.

La bragueta bajaba y subía como quien vence o venció,
mostrando bravuconería que a nadie nunca engañó.

Hacía gestos deshonestos, felaciones imitó,
con bragueta por bandera que al decoro escarneció.

Lengua sucia y altanera, habla ruin que oscureció
la decencia de la hembra que su burla soportó.

Presumía hombría enorme, grandeza que no existió;
cayó el calzón sin defensa y cuanto ocultó mostró:
donde juraba grandezas… solo un gusanillo se vio.

El que decía ser lanza, arma firme que brilló,
no era más que leve brizna que ni al viento resistió.

Y así el bravucón de moqueta, que al poderoso aduló,
con su truco de varón falso por los suelos se quedó.

Pregúntase toda Castilla cómo tal trepa subió,
cómo un hombre tan grotesco tanto palacio tocó.

Que es como tomar castillo que el esfuerzo levantó,
y convertir sus almenas en burdel que las manchó.

Avanzaba por Andalucía la huella que allí dejó,
y en cada paso del mapa su mala fama creció.

En Montellano, su villa, tiempo y murmullo dejó,
que nadie nombra en voz alta pero el recuerdo quedó.

En despachos y pasillos creció sin mérito ni razón,
amparado por silencios que evitaban la sanción.

Unos callaron por miedo, otros por baja ambición,
y otros por hábito inerte de no pagar corrupción.

Así crecieron sus fueros, así su engaño creció,
pues donde todos lo saben nadie en voz alta habló.

Mas llega el tiempo que ajusta lo que el silencio ocultó,
y la corte que lo aplaudía pronto de él se alejó.

Que quien protege al indigno su propia ruina firmó,
y el peso de la vergüenza a cada puerta llamó.

Es afrenta para Castilla, que en su memoria quedó,
vergüenza de Andalucía, que demasiado aguantó.

Y Montellano en su esquina volvió el ojo y pensó:
«¿Cómo un alcalde tan cutre tanta vergüenza dejó?»

Quede escrito en este canto lo que el reino comprendió:
quien más presume de hombría menos hombría mostró.

Porque al final de esta historia, cuando el humo se aclaró,
del «gran caimán» que alardeaba… solo un gusano quedó.

Y así el que alzaba la bragueta como cetro de señor
entra pequeño en la historia, sin talla, mérito ni honor.

EPÍLOGO: LA CONJURA DE LAS HEMBRAS

Y las mujeres de Castilla —dueñas, madres, hija y flor—
alzaron voz de justicia por lo que él les arrebató.

Clamaron juntas al cielo, con temblor y pundonor,
que afrenta así no se borra sin verdad y sin rigor.

Y vino un Cid de palabra, varón de recto tenor,
a exigir firme el juramento a todo encubridor:

«Jurad por vuestros ancestros, jurad por vuestro valor,
que no ocultasteis su infamia sabiendo qué fiera obró;
jurad que no lo cubristeis, que su sombra no os venció,
que no callasteis su crimen por miedo ni por favor.

Y si mentís en la jura, que os ahorque la traición,
pues el reino no perdona al que ampara al pecador.»

Así se cerró la afrenta, así la historia escribió
que ningún felón prospera donde la justicia habló.

Y el eco queda en Castilla, que nunca jamás borró
que aquel Salazar de bragueta… solo un gusano dejó.