Como anda la cosa, que siga oyéndose el heavy metal de los indignados en las calles es lo normal, faltaría más: la tropa está hasta las ingles de ver cómo se esfuma toda esperanza de lograr un piso: de algún modo habrá que llamar a estos cuchitriles de cuarenta metros: antes de cumplir los sesenta: o abandonar la vivienda familiar bien cumplidos los cuarenta: buena edad para casarse: prostatitis y boda en la misma ceremonia.
Y ya no te cuento la facilidad con que, pese a toda la retórica que se gastan para ocultar lo imposible, te mandan a la cola del paro en forma de fijo discontinuo o continuo mutante, o te majan a palos leguleyos y multas administrativas por recordar que mucha Constitución, mucha Carta de Derechos Humanos, mucha ONU y más fresbankin, pero que a la hora de la verdad en la Europa de la señora Von der Leyen: tan pija ella como si de una Chabeli o una Pitita se tratara: sigue habiendo pobres de los de Dickens, miserias a lo Casas Viejas y hambres numantinas en los aledaños de Madrid y Barcelona: justo al lado de las «citys» financieras, y todo sin que el mandarinato que gobierna el mundo —y la carne— deje de mear urea pura de tantas estrellas Michelin como se jalan en forma de espuma de nécoras al nitrógeno y demás cochinadas por el estilo.
Debo de ser un bárbaro: o mejor, juro que lo soy: pero no esperen verme en un garito de esos que están ahora tan de moda y donde por menos de trescientos bambis no te comes un mejillón: uno, he dicho uno: aquerenciado en un resto de vomitona del Increíble Hulk: plato de treinta centímetros de diámetro, servilleta con restos de carmín y tenedor embotado: que alguien que dice ser cocinero jura que es una crema ligera de guisantes de temporada a cocción lenta en agua de las costas de Ibiza. Y ya no te cuento el que inventó los tendones de pollo crujientes en fritura de aceites de combinación alquímica… y por tanto, secreta. O la célebre tortilla de algún Adrià: ya sabes: se coge una bolsa de papas de las de quiosco poligonero: se espachurran en plan estoy de los nervios / tengo un mal día: se le cascan tres huevos de gallina: criada en el suelo, ni que decir tiene: sartén a tope: vuelta y vuelta: treinta y cinco euros tienen la culpa. Del tocomocho de las aguas mejor no hablamos porque conectan directamente con el poder telúrico de las gemas.
Recordaré que la caída de Roma estaba más que cantada cuando a los senadores les dio por desayunarse con lenguas de alondra confitadas mientras los esclavos cristianos se meaban en el foro de la ciudad. No puedo imaginarme la cantidad ingente de avecillas que perderían la cabeza para satisfacer la gravosa gula de tanto senador corrupto e inútil.
Dicho esto, como ahora dicen los tertulianos cuando quieren comerse el tiempo de los demás, el fin de la civilización occidental está escrito en las cartas de nuestros restaurantes minimalistas, incómodos: condenados a entenderse con el mismo Nostradamus en plan piedra filosofal: pues ya hasta oro se come por más distinguirse. Láminas de oro y miniaturas de pulpo en gelatina, papas semifritas sobre pelota de fieltro (¡leyó bien!), el aperitivo José Andrés en zapato de cristal de Murano, la tabla de salsas en paleta de pintor, y para rematar, chuletas de cordero al punto —de sangre— servidas en espejo con marco barroco… ¿No se lo cree? Indague, indague usted, que ya verá como lo que aquí se dice existe y provoca listas de espera que no se miden por agendas sino por años…
Han vuelto las lenguas de alondra confitadas con la excusa de que la cocina es cualquier cosa menos fogón de abuelas. Y esto no ha hecho más que empezar. ¿Podrán con el torrezno de Soria? Por ahí van los tiros. Hace dos veranos, después de una caminata de veintitantos kilómetros, mi mujer y servidor nos entregamos a comer en la piscina restorán de un pueblo del entorno, cuyo nombre por finura callo; anunciaban en la carta torreznos justamente de Soria: los pedimos como aperitivo mientras llegaba lo demás… ¡Y nos cobraron seis euros por el contenido de una bolsa Ayala en la que se veía claramente estampado el PVP de 1 euro sobre fondo amarillo! Increíble. Pero cierto.
Vuelvo a los indignados. Alguien tenía que decir a ritmo de batuca que las octogenarias se quedan en la calle porque avalaron: cuando aquello de la burbuja: la hipoteca de sus hijos cincuentones y ahora, faltaría más, el banco tira de lo que más a mano tiene, o sea, del piso y los ahorros. ¿Que no tienes piso? Pues una de dos: te apuntas a las mesnadas okupa y le jodes la existencia a una viuda que salió a comprar una baguette de gasolinera o esperas a que otro infeliz deje libre una habitación con menos metros que la jaula donde de verdad crían a las gallinas ponedoras, con derecho a baño compartido y cocina en plan albergue del Camino de Santiago: no esperes menos de quinientos.
Urgía denunciar los excesos de un sistema que o bien cambiamos o nos manda al carajo por las barranqueras de Esparta, donde, por cierto, sí sabían lo que era comer de verdad: puesto el perol en mitad de la plaza, echaban esto y aquello de más allá más un buen pedazo de sebo de cabra, y, alehop, rancho para siete días: comer, lo que se dice comer, comían lo mismo que en la nueva cocina de fusión, pero a precio de ropa vieja.
El modelo económico actual, que sobrevive gracias a la explotación más atroz y los salarios más mierdosos, siempre heredero de los mismos que apiolaban al personal que osaba censurar aquellas jornadas de doce, catorce y dieciséis horas, las mismas que chapan los chinos que no son ricos ni comunistas del dólar… ahorita mismo, cotiza al alza y amenaza con convertir Gaza en Las Vegas del Mediterráneo. Y Europa calla. Europa siempre calla. Los cuatrocientos mil vividores que desayunan la tortilla de Adrià a costa de los impuestos del labrador de Soria miran para otro lado: no es nuevo: es lo habitual desde la muerte de Brandt, De Gaulle, Palme, Pertini, el ostracismo de Felipe o el mismo Churchill: tiempos aquellos: no fueron capaces de soportar un invierno sin el gas ruso y ahora no se atreven a decirle al Trumpotán de Pensilvania que hay vida más allá de sus bravatas.
Los miramos con desdén y los motejamos de perroflautas, a los indignados quiero decir, porque se encaran con los barandas «Visad’or» del chiringo político y judicial, a la par que se engallan con la elite económica que nos hizo siervos perpetuos de la entidad financiera que apañó el crédito a sabiendas de que no podríamos pagar la hipoteca a poco que el Euríbor se disparase. Amueblar el piso, igualarse los piños, ponerse glúteos a lo Pataky o tirar de buga tope de gama iba en el precio fijado por el tasador que juró —por mis niños— que el piso era un chollo, la adosada una ganga y el chalecito pijoguay toda una señora inversión.
Y si no que se lo cuenten a los miles que han perdido las casas y el curro de Reyes para acá, o a los miles que huyen del frío armados de cartón en plena Gran Vía de Madrit. Vamos, que lo raro sería que con la que está cayendo desde hace veinte años y lo crudito que se lo llevan los bancos —y las canonjías con que se pensionaron los exbarandas de las cajas— no les demos collejas al paso alegre de la ruina. Una imagen: sobran los comentarios: casualidad forzada: Trumpotán de Pensilvania telemasajea el cogote de doña Ana Patricia Botín en el foro de Davos y la cotización del Banco Santander sube como la espuma, y no precisamente como la espuma de nécoras al nitrógeno.
Mi respeto, pues, a tanto personaje limpio como hay en el Colectivo Indignado. Sin embargo, también se ven membrillos que pontifican sobre economía como podrían hacerlo de la pesca del fletán.
Fue hace años. Conecto la radio. Escucho las propuestas de uno de ellos. «¿Qué se te ocurre para acabar con la pobreza?», pregunta C punto Herrera.
—¡Vender las joyas de la Iglesia y con lo que se saque nos apañamos!, responde el indignado.
Sin pensárselo dos veces. Con un par. Aquí, en cuanto nos ponen un micro, la tomamos con las iglesias, quemamos los conventos, forzamos a las monjas, rebanamos el gaznate al cura de madrugada y a las afueras del pueblo, y asunto resuelto.
Perdido andaba aquel mozancón de treinta y muchos años, se supone que devorador de la menestra tupperware de mami. Desazón y hartazgo se metieron en mí. Cómo explicarle a criatura tan indignada que los bienes son más o menos valiosos en función de su escasez. Cómo decirle que el dinero es precioso precisamente porque hay poco y que cuando hay más del necesario pierde valor: inflación que explicada a la tremenda no es más que esto: los precios suben y los pobres necesitarán un euro y medio o dos para tomarse el tubo de cerveza que antes les costaba uno. Con el pan, el petróleo, la leche y los huevos morenos, pues ídem.
Partiendo de un ejemplo tan primario, solo estoy anticipando algo de lo que sucedería si la Iglesia pusiese en el mercado eso que él tan alegremente llama «joyas». Él, en su ignorancia de niño menestra, ya veía las «riquezas» del Vaticano convertidas en pan de los pobres… Y se equivocaba. Lo uniquito que le faltaba al sistema económico mundial, como está el panorama, es que al Papa le diera por vaciar las vitrinas para inundarnos de zurbaranes, mármoles de Miguel Ángel y platas doradas.
El mundo, el comercio mundial, la Bolsa y hasta los cajeros automáticos se vendrían abajo, porque lo que era valioso por ser escaso dejaría de serlo perdiendo todo su valor. Y como en ese río oscuro de la inflación siempre se ahogan los pobres, lo mejor será que el oro de Roma siga inmovilizado en los museos hasta el día del Juicio Final o la caída del meteorito YR4 del que tanto vamos a hablar en los próximos meses.
Dicho lo cual, si de verdad quieren soluciones inmediatas los herederos del 15-M: tan descafeinados ahora: y remedios que surtan efecto al instante, ¿por qué no montan las jaimas de la protesta a las puertas del ayuntamiento —en el de Ronda o donde sea— y exigen que la pasta que se dedicará a armamento se destine a la construcción de viviendas dignas donde los jóvenes puedan echar un polvete sin que sus padres se escandalicen por el eco de sus potencias, tan envidiables como impertinentes? Y como eso, todo.
Después, ya puestos, que la pillen con el pastón que nos gastamos en caretas, pelucas, capirotes de bruja y colmillos cuando llega un Carnaval que más que carnaval es otro Jálogüin que cambia a nuestros castizos difuntos por los fiambres de la Matanza de Texas… ¿Seguimos con la cabalgata de feria y los copetines del protocolo? ¿Hablamos de las indemnizaciones que se levantan los prebostes de la gran banca? ¿O de los kilos que compran los silencios del tal Pallete en Telefónica? Hay tanto de donde tirar antes de okupar la Capilla Sixtina… Pero, claro, eso obliga a pensar. Y pensar fatiga. Y la fatiga nos lleva a la menestra de mami. Gratis y por el morro.
Déjense de historias, no inventen excusas de mal pagador: échense a la calle, tomen las avenidas de nuevo, rodeen el Congreso: ¡Au, au, au!, el Senado y hasta el Tribunal Constitucional, okupen las brasseries de Bruselas, tiren de la ropa falsificada del zoco, hundan el dedo donde más daño causen. No les pido que canten A las barricadas! ni que entonen Famélica legión, tampoco el Caralsol de la tropa de Abascal: sólo empápense el capítulo de aquel Verano azul en verdad revolucionario en que unos chiquillos defienden el barco de Chanquete… Canten. Prendan fuego a los traficantes de pisos patera y no vuelvan a casa hasta que los cajeros echen humo. Sólo así se habrán ganado el respeto de sus mayores.