lunes, 4 noviembre 2024
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Despierten: Alvise y cabelleras sangrantes

Despierten. Huyan de los falsos profetas. Hagan lo que su conciencia les dicta. No tienen escapatoria: escrito está en las hormonas: la juventud pasa volando y es ahora: justo ahora en que el mundo se ha vuelto definitivamente loco: cuando deben dejarse llevar por el instinto más primario y animal que ponga freno a tantas tropelías como acechan a las sociedades actuales.

Luego, cuando la inteligencia artificial y los tiktok sustituyan a los crucifijos en los altares ya será demasiado tarde: entonces deberán conformarse con el pan de los pobres: los cuatrocientos o quinientos eurillos de limosna que el Estado les dará a cambio de su voto —que es el alma del ciudadano—, de su silencio cómplice y de una rendición ante el Poder que les mantenga en permanente estado de catalepsia bovina.

Jóvenes de Byron, juventud de Espronceda: rebélense. Salgan a las calles, carajo: tomen las plazas y las avenidas y los áticos pijoguay de los rascacielos y los puentes y las hileras de farolas mortecinas otoñales, tomen al asalto los terrenos militares donde tantas viviendas se podrían levantar, y no dejen ni una baldosa por arrancar. Recelen de los que, como ese tal Alvise: Luis en lenguaje troncolega: van de curanderos de las democracias: ellos, él, ya ves, él, que toda su vida se la pudo pasar a caballo del tocomocho, la estampita y la jeta. Cerca anduvo del millón de votos…

Porque hay que tener jeta: una jeta tan grande como la cabeza de un mulo blanco: para presentarse bajo el palio de Se Acabó La Fiesta, y hacer que picaran ochocientos mil desesperados, la mayoría, según parece, gente joven como tú. Un tío de verdad este Alvise. Yo nunca me fie del que lleva corbata, me pide el voto con corbata y no sabe hacerse el nudo a lo Windsor. Pero claro, ese soy yo.

Y mira que lo advirtió. Nacido para el dinero, mi lema es la trola. No dirás que no te lo dije yo mismo en estas páginas: Alvise, el de la fiesta, lo dejó meridianamente claro:

—Me presento para defenderme de pleitos y deudas: eso dijo. Y añadió: «Que yo, Alvise, padre, madre y probeta de Se Acabó La Fiesta sé muchas cosas de todos y soy el torpedo que reventará el sistema…». Y aun así le votaron. Ochocientos mil incautos más que hartos de las políticas al uso le entregaron sus votos. Poco después de verse de masca en Europa ya andaba en líos de criptomonedas y demás: euros de justificación imposible: y dijo, Alvise dijo: «No he cometido ninguna irregularidad ni jurídica, ni moral, ni política, pero soy culpable de haber tonteado con cien mil euros. No soy ni más ni menos que vosotros. Un autónomo que trabaja en negro, eso es lo que soy».

O sea, como todos: pantalones por la rodilla —un decir, oiga, un decir—, reconoce el pecado, se santigua, pone carita de víctima y a seguir mamando de las ubres del sufrido pueblo hispano al que juró que venía a proteger. Le faltó decir eso de: No me deis, por D. no me deis, sólo ponedme donde haya.

Otrosí, no hace tanto que supimos que los que se lo estuvieron llevando crudo trajinando con suelo y ladrillos en las cajas de ahorro, ahora mismo siguen reteniendo los euros fuera de España, en esos paraísos fiscales de los que la Agenda 2030 nada dice. Casi 100.000 son los millones que se esfumaron por miedo a lo que va a quedar de una Spain —trúa púants— que se hunde en la podre sin que el Gobierno se atreva a entalegar a unos cuantos —con mil doscientos bastaría— de los que antaño se hicieron con el chiringuito de las cajas, las hundieron y ahora pretenden nuestro respeto y que olvidemos y paguemos de nuestros bolsillos, un poner, sus créditos personales al -1,5%: pagarles por pedir de fiado: pagarles por no devolver lo fiado: no recordar los boquetes donde metían a sus parientes sin méritos ni saberes, o aquellas publicaciones horribles —y horriblemente caras— a mayor gloria del amiguete, o aquellos viajes a tutiplén que se marcaron por Venecia, Túnez, Irlanda, cuando entonces: recuerda: cuando se creían los dueños del mundo —y sobre todo de los pueblos del tamaño de Ronda, digamos— y nos restregaban sus puestos de consejeros: altísimos: Bankia, Bancaja, Caixa Catalunya, Caja Castilla La Mancha… mejor no seguimos, que tampoco es cosa de mentar la soga en casa del ahorcado, aunque no me resisto a decir que las cajas y sus fusiones son la madre de fortunas tan grandes, o más, que las del Gran Capitán o la del mismísimo Moctezuma. ¿Y?

¿Y se fueron de rositas, me preguntas tú desde la ingenuidad de los veintimuchos años, después de haber robado tanto, haber comido tanto, haber fecho de todo bocarriba y bocabajo? Qué esperabas. Claro que se fueron de rositas… y sin devolver un puto duro. No lo dudes. Quienes han echado tripa a costa de la ruina general no van a devolver ni siquiera la imagen de Santa Rita que preside sus despachos. No importa. Somos de muerte. El que venga detrás que plante olivos.

Si yo tuviera veinte o veinticinco años, si yo estuviera en paro con tres idiomas, un máster y dos carreras, si hubiera visto cómo el banco embargaba la casa de mis padres respaldada por la pensión de la abuela, si ya todo me diera igual, tan igual que no sintiera náuseas ante excesos como los 2.400 euros —netos— que se levanta cierto alcalde de un villorrio de 165 vecinos o los más de 70.000 por año que se levantan otros en poblaciones de más enjundia… mientras enfermos de ELA, enfermas de cáncer y hasta de polio no ven llegar las ayudas ni los paliativos que se les prometieron. Si yo tuviera lo que hay que tener y treinta años menos, me echaba al monte, pillaba cacho a las puertas del Banco de España y de allí no me movían ni con un tanque de la Brunete. Por ésta lo juro! (Con tilde lo escribo: todas las revoluciones empiezan con un acento).

Tal vez haya llegado el momento de recordar a nuestros hijos que sí, que gracias por esforzarse en los estudios y darnos la alegría de su cultura, pero que ahora tienen la obligación de levantarse del sofá, abandonar el gimnasio quitagrasas y tirarse a la calle para defender lo que es suyo —y también de los demás—, aunque solo sea porque se lo dimos todo o para que dentro de cincuenta años, cuando nosotros seamos una foto en la mesilla de la entradita IKEA del piso patera, no se avergüencen por lo que debieron hacer y no hicieron.

¡Échense a la calle, carajo! Y no se fíen de nadie. Menos aún de los Alvises y tal. Lean poesía. A Neruda. A Hernández. A Baudelaire. Y nunca a Rilke: quien haya leído a Rainer Maria Rilke que levante la mano. Ni una, Pocholo, no veo ni una en alto. Por algo será. Lean, vuelvan a la clandestinidad y llenen sus bolsillos de adoquines. Hagan de David.

Porque nosotros nos hemos cargado el tinglado que tanto le costó levantar a nuestros padres: o lo que es peor, hemos visto desmoronarse hasta lo más sólido y no hicimos nada por remediarlo: y ustedes, cosas del relevo, deberán cambiarlo. Pasen de todos nosotros, córrannos a gorrazos, exijan, griten, desconecten el móvil, no permitan que les señalen los sueldos de hambre con que compran sus vidas y no se fíen ni de derechas ni de izquierdas ni de medianeros como Alvise: tírense a la calle y reclamen su futuro, porque ni la tropa de Alemania, ni Trump ni la Harris, ni Macron ni PS ni Erdogán ni como se llame el que coño mande en la China van a hacer nada por ustedes. Nada.

Tírense a la calle, monten otro 15-M: otro mayo del 68 pero sin Danis Rojos que luego dieron en banqueros o en consejeros orondos de Caja de Ahorro y gerifaltes de fundaciones: monten un guirigay que acabe con esta ruina infinita, insufrible, perruna, pero háganlo sin topos como Alvise ni charlatanes como el tal Feijoo o la Yolanda, y no vuelvan a casa sin la cabellera de un ladrón de la Gran Banca en la boca: de ayer o de hoy es lo de menos: hasta que no consigan lo que es suyo por el mero hecho de haber nacido.

Después, honren la memoria de Alexandros, el pensionista de 71 años que se suicidó a las puertas del Parlamento griego: mayo de 2012. Junto al cadáver había una nota: «La Policía no me conoce. Nunca en mi vida toqué la bebida. Nunca he comprado mujeres ni drogas y nunca he estado en una cafetería de lujo. Sólo trabajé todo el día y me desvelaba por la noche. Pero cometí un crimen horrendo: me hice profesional a los 40 años, pedí prestado a la banca para no echar al paro a mis buenos trabajadores… y me hundí en las deudas. Ahora soy un idiota de 71 años y tengo que pagar con mi cuello. Espero que mis nietos no nazcan en Grecia, ya que no habrá griegos a partir de ahora: únicamente esclavos».

Ustedes mismos. Elijan: Alvise, Alexandros o la piedra de David. Repito: nunca les perdonaré que, teniendo toda la razón y la fuerza y la valentía y el descaro de su juventud, no se lancen a la calle, tomen avenidas, corten lo que haya que cortar y regresen con la cabellera sangrante de un banquero de ayer, de hoy y de siempre entre los dientes.

No permitan que los que ya cabalgamos los sesenta y cinco muramos sin disfrutar las mieles de otra revolución a lo Zapata, pero sin el triste final de Emiliano: traicionado por todos, él que fue puritita juventud a lomos de As de Oros, así se llamaba su caballo…

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