La mayoría de las veces, la historia ha puesto su mirada en piezas artísticas, acontecimientos y diferentes monumentos como piezas fundamentales para la reconstrucción del pasado. Sin embargo, a veces obvia otros datos que no dejan de ser importantes, testigos de una perspectiva más reciente para reconstruir nuestro pasado.
En este caso me estoy refiriendo a los lugares de hospedaje, los cuales fueron numerosos a lo largo de la historia de nuestra ciudad, debido a que Ronda constituyó un importante centro comercial como cabecera de comarca. A Ronda acudían comerciantes, artesanos o tratantes de ganado, que se multiplicaban exponencialmente durante los días de feria y que permanecían en la población hasta que ultimaban sus negocios.
Desde la famosa Posada de Las Ánimas, donde se hospedó Miguel de Cervantes a su paso por Ronda, hasta los hoteles más sofisticados que han llegado hasta la actualidad, tenemos una amplia muestra.
En pleno siglo XVIII, establecimientos parecidos a las primitivas posadas se seguían manteniendo y ofrecían hospitalidad a los viajeros románticos. Estas instalaciones estaban diseñadas en torno a un patio central y en ellas había sitio tanto para las personas como para los animales. De hecho, los bajos estaban ocupados por cuadras, además de almacenes y otros espacios de común uso. En torno al patio se abrían galerías superiores donde se encontraban las habitaciones. A las posadas concurrían personas de todas las clases sociales, de ahí que los románticos decimonónicos se mezclaran con lo más genuino de la sociedad por compartir las zonas comunes de estos locales. No obstante, la nota que diferenciaba un elevado rango social era la posibilidad de acceder a un aposento individual.
Ya durante el siglo XIX había en Ronda un número considerable de ventas y posadas, según consta en los censos municipales. Una de ellas es mencionada por el viajero George Dens, quien en 1836 la calificaba como muy buena. Además, existían otras que solo abrían sus puertas exclusivamente para las jornadas de feria, aprovechando el gran número de visitantes que acudía a Ronda. En 1887, existe constancia de que hubo otra posada muy famosa en la calle Maestranza.
Con los avances en las comunicaciones se establecen en Ronda líneas de diligencias que operaban con regularidad y que, posteriormente, dieron paso a la llegada del ferrocarril.
Cabe pensar que si hubo una mayor calidad y comodidad en la forma de desplazarse, la oferta de alojamientos debía mejorar de forma paralela a esto, y es así como surgen los hoteles. Estos primeros hoteles de finales del XVIII, que asumían ya una cierta categoría a la hora de ofrecer sus servicios, eran conocidos como fondas.
En Ronda existieron instalaciones de esta tipología. De hecho, hay una referencia que lo corrobora en la visita que hace a nuestra ciudad el pintor Jozef Israels.
Las fondas cumplían con las expectativas de la burguesía acomodada en cuanto a modernidad, situación céntrica y bienestar y muchas de ellas continuaron su trayectoria bajo la denominación de hotel. Ya a finales del XIX, estas fondas más lujosas, en comparación con lo que hoy entendemos por tales, fueron reemplazadas por los hoteles.
En Ronda tenemos el caso de la fonda Polo, fundada por Manuel Jémar en el siglo XIX, en la calle Ríos Rosas. Posteriormente, es trasladada a otro local en la misma calle. Se hizo cargo de ella la viuda de su fundador y, tal y como se exponen en los anuncios de la prensa, el motivo del cambio de ubicación se debió a la búsqueda de mejores condiciones y mayor espacio. Ya en los años 40 del siglo XX, pasa a denominarse hotel Polo y fija su situación en la calle Mariano Souvirón, donde se encuentra en la actualidad.
Entre las referencias que la historia nos ofrece acerca de este hotel, figura la del escritor Frank Harris, quien se alojó un tiempo en el mismo y declaró que se había enamorado a primera vista de nuestra ciudad.
El inicio del ferrocarril fue engarzando la trayectoria para la transformación turística de la ciudad de Ronda. Como el tren traía más pasajeros, surgió la necesidad de acomodarlos en instalaciones cada vez más dignas. Y así fue como empezó a emerger la hostelería, impulsada por el nacimiento de los primeros hoteles, que disponían de una oferta más que notable.
En Europa estas instalaciones gozaban de una alta calidad. Entre los lugares de hospedaje de esta categoría se establecía una clara competencia en pos de mejores servicios. Esto implicaba una pugna por la comodidad, la decoración, el lujo o los aspectos arquitectónicos, ya que por ellos desfilaban personajes muy respetables e influyentes. De hecho, son numerosos los hoteles de aquel periodo que, a día de hoy, se presentan como valiosas piezas históricas.
En la Ronda de aquella época, hallamos el hotel Londres, situado en la actual plaza del Socorro, un lugar moderno, montado con todas las comodidades para los viajeros. Entre los múltiples anuncios que existen en la prensa local de finales del XIX, se resaltaban los precios económicos.
Su inauguración creó bastante expectación entre los rondeños. Hay un texto presente en el periódico El Anunciador, del 18 de agosto de 1892, donde se subrayaba el cambio que estaba sufriendo la ciudad, gracias a iniciativas como esta y, como hemos apuntado antes, a las mejoras en las comunicaciones, encabezadas por el ferrocarril:
(…) el aspecto triste y solitario que caracteriza a los pueblos de poca importancia ha desaparecido de Ronda, para dar lugar a la alegre y risueño de las capitales. El silbido de la locomotora se deja escuchar con frecuencia. Por todas partes circulan carruajes de alquiler y particulares. Los paseos públicos se ven concurridísimos. Los forasteros y turistas abundan. El piso de las calles se hace soportable y hasta se siente ese ruido peculiar en las poblaciones industriales que determina el movimiento de las maquinarias de algunas fábricas. (…) Ronda desde algunos años a esta parte se ha cambiado se ha transformado completamente. A esto ha contribuido sin duda la vía férrea la cual, acortando las distancias, nos ha puesto en comunicación directa e inmediata con todo el mundo. Con la aparición del ferrocarril ha coincidido la apertura de muchos establecimientos montados a la altura de las mejores capitales. (…) por lo hermoso y soberbio se hace digno de particular mención nosotros que hemos tenido ocasión de visitarlo y de apreciar los servicios que en él se prestan no dudamos en afirmar que muchas capitales populosas carecen de un hotel tan importante como este. En el Hotel Londres se come “a la lista” habiendo cocina inglesa, francesa y española. Hay también intérpretes, cicerones, baños, caballerizas, periódicos nacionales y extranjeros, servicio de coches hasta la estación del ferrocarril, habitaciones amuebladas con gusto y elegancia, trato afable y comedido, puntualidad y esmero en el servicio, luz eléctrica y todas las buenas condiciones, en fin, que son peculiares a un gran establecimiento de esta naturaleza. El Hotel Londres figura desde el momento de su fundación a la cabeza de los de igual índole en Ronda. Le deseamos con él toda suerte de prosperidades a sus dueños nuestros particulares amigos don Diego Gómez y hermano.
Como curiosidad, además de hacerse eco de estas novedades, la prensa delataba la intimidad y el anonimato de muchas personas que allí acudían. Un testimonio lo encontramos de nuevo entre las páginas del periódico El Anunciador, donde se realiza un listado de los huéspedes que ocupaban sus habitaciones durante la feria, en septiembre de 1892. Entre muchos otros, entresacamos a doña Pilar Gros y su familia, proveniente de Málaga, o don Manuel Larios, hijo del empresario malagueño Carlos Larios Segura, junto a su madre Matilde Huelin y su hermano José.
El paso de un tipo de alojamiento a otro no se dio de forma excluyente, sino solapada. Por ello, vemos por los mismos años sofisticados hoteles, junto a posadas tradicionales.
Después vendría otra nomenclatura para designar negocios parecidos: “Casa de Huéspedes”, que fueron muy numerosas en nuestra localidad. Por ejemplo, en las calles Alcolea, Ríos Rosas, Espinel o Cánovas, sin dejar atrás las antiguas posadas, que a principios del XX llegaron en Ronda a un total de diez, situadas en las zonas más céntricas.
Ronda albergaba un enorme potencial y prestigio. Su matiz romántico, su monumentalidad y su belleza natural y paisajística constituyeron los ingredientes para lanzarse al boom turístico, preparándose así para estar al nivel de cada uno de los requerimientos que esta actividad exige.
Gran parte de la acción turística de Ronda giró en torno al Hotel Reina Victoria, un inmueble cargado de esplendor y belleza con aire inglés. El suntuoso hotel ofrecía unas vistas indescriptibles por su privilegiada situación al borde de la majestuosa cornisa. Los servicios que ofrecía se equiparaban a los más lujosos y confortables de España: roperos, chimeneas, salones de lectura, música y billar, luz eléctrica, baño o calefacción, además de un espléndido panorama paisajístico y grandes jardines con pistas de tenis.
Otro de los grandes establecimientos hoteleros fue el hotel Royal, propiedad del conocido Arturo Berutich. Tal como refieren los anuncios de la época, fue un hotel de primer orden con excelentes servicios.
Al lado de estos hoteles cabe mencionar otros de renombre en nuestra ciudad como el Hotel Gibraltar, el Hotel del Comercio, el Hotel La Rondeña, el Hotel Ramírez o el Hotel Progreso, entre otros, como excelente oferta residencial dirigida a un turismo de calidad.
Hoteles y casas de huéspedes fueron durante años los principales lugares para albergar visitantes. A mediados del siglo XX, aparece una nueva denominación para espacios de esta índole: los paradores. Sin embargo, hay que subrayar que en modo alguno se asemejaban a los actuales, aunque en aquel momento gozaron de una época dorada.
En Ronda encontramos varios: uno en la plaza de España, tres en la carrera Espinel, otro en la calle Naranja y dos en la calle Sevilla, sobreviviendo muchos de ellos hasta los años sesenta del siglo XX.
Observamos que entre las míticas posadas y los hoteles con más glamour existían establecimientos de nivel intermedio, que fueron completando la gran oferta de hospedaje en la ciudad de Ronda. Eran demandas de un —cada vez más grande— sector de la población de economía media. Así, en esos años irrumpieron lugares de hospedaje más modestos: las pensiones.
Mientras las clases altas requerían un tipo específico de alojamiento basado en el confort y el lujo, otros buscaban algo diferente, en consonancia con su status, ya que el objetivo de la estancia no tenía que estar únicamente encauzado al ocio, sino que obedecían a razones de trabajo o estancias de paso.
En 1960 existían en Ronda varias pensiones situadas en la calle José Aparicio, la plaza España o la calle Almendra, entre otras. De esta última hay un testimonio importante de la mano de uno de los grandes autores de nuestra literatura. Se trata de Joan Marsé, que visitó Ronda en la década de los sesenta. En su obra Viaje al Sur, el propio escritor nos describe la Pensión Paraíso:
La habitación es inmensa, con un níveo techo abovedado. Las paredes están desnudas, encaladas, y solo dos o tres cuadros sirven de adorno. Casi siempre son reproducciones de inefables escenas religiosas que recuerdan al viajero los castigos eternos: enormes y rojas llamas del infierno devorando hombres que levantan escuálidos brazos en ademán de súplica hacia la Virgen que está en lo alto, en medio de una nube de púrpura, sentada y vestida ricamente con su corte de ángeles músicos. Algunos de estos cuadros son antiquísimos, chamuscados por el tiempo, amarillentos y con cagadas de mosca, y su contemplación detenida levanta el ánimo del viajero — además de ahuyentar al diablo—, y le enternece y le divierte.
El turismo sigue constituyendo la pieza fundamental de nuestra economía, tal como se refleja en los múltiples tipos de alojamientos que conforman la oferta actual, tan dilatada como creciente.