Ha fallecido Miguel Coronel, y con él se va uno de los últimos representantes de aquella Ronda que se forjó a base de carácter, riesgo y compromiso: sin más palabras, hombres de negocios y de verbo cierto: no exagero ni pretendo que mi tono sea almibarado ni claudicante —nada más ordinario que agasajar a los muertos—, como tampoco busco que este artículo póstumo pudiera tener el menor atisbo de complacencia o sesgo de hagiografía: ni Miguel se tenía por santo ni su carácter lo hubiera consentido.
Se ha ido a los 93 años, aunque yo, la verdad, la última vez que hablé con él por teléfono lo sentí tan pleno de vida, tan fuerte y lúcido y con tantas ganas de esgrima dialéctica que me hubiera jugado veinte euros a que habría de superar los ciento y un años. Lamentablemente no fue así. Sin embargo, edad tan dilatada fue bastante y aun sobrada como para acumular una vida intensa y sin concesiones a la galería. Porque si algo fue Miguel fue justamente un hombre de personalidad fuerte y atractiva, de esos que no dejan indiferente, de los que se ganan el respeto sin pedir ni mendigar permiso.
Su carácter tenía algo de bronco y mucho de directo, dibujando a alguien que no está dispuesto a adornar la verdad con maquillajes ni purpurinas: al pan, pan, y al vino, verdad y nada de agua. Su firmeza recordaba a la de su referente Fraga Iribarne: ideas claras, verbo afilado y una presencia que imponía. No era solo un parecido en los temperamentos: entre ellos hubo, cuando aquello de la Alianza Popular nacida de los despojos de la UCD, una relación de respeto mutuo, confianza plena y afinidad intelectual: Fraga confió a Miguel —y a unos cuantos más— la responsabilidad de poner en pie las urdimbres de la derecha rondeña que después daría en el PP de Aznar. Compartían los dos toda la vehemencia del mundo y el convencimiento de que las cosas debían decirse sin rodeos, porque, a su entender, la política, para ser digna, debe estar respaldada por una sólida cultura y una ética personal inquebrantable. Hablar claro y mirando a los ojos al personal: tiempos aquellos.
Miguel fue empresario de los que arriesgan, de los que creen en su tierra. Al frente del mítico Hotel Don Miguel, situado en la barranquera más próxima al Puente Nuevo, dejó su impronta en la hostelería local. Todo un referente de cómo pasar de la pensión y el hotel aldeano a un establecimiento en consonancia con la grandeza del entorno del Tajo. Amén de otras iniciativas, también se aventuró en la industria de la piel en Ubrique y Ronda, apostando por proyectos que requerían tanta valentía como suerte. Fundó APYMER, una asociación que sigue siendo un referente para los pequeños y medianos empresarios de la Serranía de Ronda y Campillos. En esto último siempre hizo mucho hincapié. Y con razón.
Pero Miguel no solo peleó en el terreno empresarial. En la esfera pública, fue fundador de Alianza Popular en Ronda, ya se dijo, y un defensor inquebrantable de su ideario conservador. Se prodigaba en los medios de comunicación y supo hacerse un nombre, al tiempo que hilvanaba sonetos muy logrados y sabía cómo crear polémicas… o cerrarlas.
Su «batalla» más sonada, que ya entra en terreno de la mítica local, fue cuando un puñado de animosos se pusieron al frente de aquel movimiento ciudadano que cuestionaba y negaba la integración de la Caja de Ahorros de Ronda en lo que después sería Unicaja Banco. Junto a Aurelio Fernández Baca, lideró la plataforma “Ronda por su Caja”, luchando por preservar el patrimonio financiero de la ciudad, pues, por más que algunos lo hayan olvidado ya o pretendan maliciosamente que se olvide, fue Ronda la que más aportó a la fusión y también, dicho sea en honor a la verdad, la que más habría de perder. Y Miguel Coronel lo vio venir. Intuía que aquella fusión no traería nada bueno para Ronda, y el tiempo le acabó dando la razón. Al final, tuvo que aceptar lo inevitable, pero arrancó compensaciones y garantías que, aunque en su mayoría no se han cumplido —o se han malogrado—, al menos dejaron claro su compromiso con la ciudad. Incluso Braulio Medel, presidente de Unicaja tantos años, acabaría reconociendo y respetando su postura, que no era otra que la propia de un outsider que se volcaba en la defensa del terruño: echando mano del refranero: Miguel siempre creyó que más valía ser cabeza de ratón que cola de león.
Y no temía decir lo que pensaba, y a veces eso le costó caro. Cuando denunció en la radio que la venta de droga en Ronda y el aumento de la delincuencia se había desbocado y que los jueces no hacían lo suficiente para frenarla, llamando incluso a la insurrección ciudadana, una jueza ordenó su detención por desacato a la autoridad: 31 de marzo de 1988: pasó por los calabozos, pero no se retractó. Una parte importante de la ciudadanía estuvo de su lado y no le faltaron muestras de apoyo, porque Miguel decía en voz alta lo que otros preferían callar por aquello tan castizo de no señalarse. Esa mala experiencia no lo amilanó; al contrario, reforzó su carácter osado y su compromiso con «su» verdad.
La firmeza en la defensa de sus postulados no era incompatible con una profunda sensibilidad y una generosidad intelectual que sorprendía a quienes tenían el gusto de acercarse a él. Cuando algunos de nuestros alumnos, jóvenes investigadores de la historia reciente de Ronda, acudían a su persona para aclarar o cotejar episodios de la Transición o de los años más convulsos de la política local, Miguel los recibía con una paciencia y una atención que desmentían su fama de hombre de carácter áspero. Los escuchaba, respondía con detalle, y en sus explicaciones dejaba entrever una pasión por la historia y una voluntad de transmitir su legado que lo hacían entrañable. Por lo que me contaban después estos alumnos, no había prisa en sus palabras ni desgana en sus gestos: cada consulta era atendida con el cuidado y el mimo de un abuelo que quiere asegurarse de que la memoria no se pierda.
Lo conocí en un debate en Charry TV, recién llegado servidor a Ronda, en aquellos días tan lejanos ya en que ejercí de jovencísimo secretario de Comunicación de la Unión Comarcal de UGT. Me enviaron Paco Ramírez y María Jiménez. Lo recuerdo perfectamente. Era la segunda huelga general que se le planteaba a Felipe González. Él estaba allí, sentado a favor de cámara, preparado y seguro, con argumentos sólidos y sin dejarse arrastrar por las emociones. El debate fue tenso, sí, pero al final todos nos dimos la mano. Esa era su manera de ser: firme, pero siempre dispuesto al diálogo si había respeto.
Miguel Coronel no fue un hombre de grandes aspavientos ni amigo de aplausos fáciles. Se movía por convicción y no por conveniencia: me consta. Esa firmeza se mantenía tanto en los despachos como en las calles, tanto en los negocios como en la política local. No era un hombre inflexible, pero sí inamovible en sus principios. Si creía en algo, luchaba por ello hasta el final, sin miedo a las consecuencias.
Por lo que me dice su hija Patricia, ha muerto como había vivido: con dignidad y sin concesiones de última hora a la muerte. Eligió despedirse en su casa, rodeado de los suyos, con el cuidado atento de sus dos nietas doctoras: orgullo de abuelo. No quiso hospitales ni frialdades asépticas, ni esas impertinencias de los entornos clínicos donde la vida se apaga entre pitidos a lo Matrix y luces demasiado blancas. Su muerte fue tan suya como su vida: lejos del ruido y con la intimidad que solo el hogar puede ofrecer. Sus exequias fueron discretas, en silencio, como él quiso, sin pompas innecesarias.
Se ha ido Miguel Coronel, dejando una ciudad que recordará por mucho tiempo su firmeza y su lucha por aquello en lo que creía, fuera esto política, fuera empresa. Y no, ciertamente, Miguel, don Miguel no pasó desapercibido ni quiso hacerlo. Tampoco hubiera sabido. Su huella queda en Ronda, en sus calles, en sus negocios y en su historia reciente. ¿Incoherencias? Las que son propias de cualquier ser humano.
¿Y saben ustedes por qué estoy escribiendo este «in memoriam» apresurado después de haberme jurado no volver a hacerlo? Primero porque se lo debía, sólo fuese por el cariño que dispensó a los jóvenes investigadores que le mandé en los últimos años. Y segundo porque creo que somos de los poquitos rondeños que tenemos la enciclopedia Espasa al completo, incluidos especiales, anuarios y apéndices… Que no es poco. Todo un punto de partida para una conversación con mucho de debate.
Descanse en paz, Miguel Coronel.