No consigo olvidarme de aquella España cutre y pobre (para casi todos) en la que se tajaba el cogote de unos gallos y se dejaba que corrieran hasta que, desangrados y exánimes, caían en el rincón de las aspidistras y allí pegaban la última pataleta y cerraban sus ojillos de cristal Swarovski. Después de desplumados y sabiamente guisados, nos peleábamos por trincar los muslos y las partes más apetitosas de aquellos pollos capones inmensos, tiernos y que todavía no sabían a harina de pescado. Ni Papá Noel ni Santa Claus: nosotros cantábamos unos villancicos a los que añadíamos estribillos irreverentes y pelín obscenos que sacaban de quicio a mis padres, mientras el abuelo, por más que la radio callase su número, pues eso, que se negaba a tirarlo y lo miraba de reojo en la esperanza de un milagro cuando, días después, lo revisara en la sábana del Arriba: y le daba al aguardiente: ni cavas ni whisky: le daba al aguardiente de madroños mientras a nosotros nos ponían vasitos floreados de sidra El Gaitero: y sí: por fin se abría la caja de los polvorones: de los mantecados: y volvíamos a enzarzarnos en una nueva batalla por hacernos con los dos únicos rosquitos de vino y los tres solitarios alfajores. Si eso nos pasaba a nosotros, que éramos clase media franquista: qué sería de las clases menos medias… Reñidos los muslos, bien defendidos los alfajores, mejor disputados los roscos, nos íbamos por ahí, por aquellas calles de luces mortecinas, y cometíamos barrabasadas que hoy harían palidecer al psicopedagogo más sesudo.
Años después llegarían las campanadas televisadas desde la Puerta del Sol, muy cerquita de una Dirección General de Seguridad de donde caían por las ventanas los pocos discrepantes de aquel régimen que se fue para no volver, aunque algunos de sus modos se hayan quedado para siempre entre nosotros: inseparables ya del genoma político de los hispanos: Pelayo, Durruti, Isabel la Católica, Paracuellos, plaza de toros Badajoz y Valle de los Caídos… Todo en uno. Y, claro está, sin que falte una buena dosis ribonucleica de Franco el de la Mili y demás tropa de fusiladores patrios de todo pelaje y color.
Recuerdos que el tiempo fue encajando: tal vez porque entonces no me crujían las cervicales ni había hipotecas que pagar: la distancia lo enaltece todo: de ahí que no entienda a quienes ahora ponen reparos a unas cajas tan bien surtidas de dulces navideños que no hubiera disfrutado, por aquellos días, ni el mismísimo obispo de Plasencia. Yo sigo mirando con extrañeza la actual abundancia de alfajores, el derroche de chocolates, y siempre soy el primero en pillar un rosco de vino que compensa con creces aquellos otros que me birlaron mis primos más fuertes (o más listos).
No está escrito, pero por unos días el navajerío, las inquinas y los rencores aguardarán en el rincón donde exhalaban los pollos sus últimos ayes. Y a mí me jode: me jode mucho esta falsa hermandad de Almendro, Misa del Gallo y ni un euro para el cepillo de Cáritas o el limosnero siempre tieso de las Hermanitas de los Pobres. Tampoco soporto a ese tipo que: inevitablemente: se te aproxima en alguna de esas comidas gremiales o de compis de gym para decirte que hace tiempo que te nota distante… Neruda hubiera dicho «como ausente». Y se queda tan fresco: el tipo que me nota distante se queda tan fresco y salta de mi persona al otro extremo de la mesa para seguir dando la barrila con lo aplicada que le ha salido la niña y lo bien que lleva el máster y el C2 en inglés: feílla, sin novio que la ronde, cabeza hueca, pero muy casera: consuelo de padres que ansían que alguien los cuide en la vejez. Distante afirma el tipo: así me ve, y lo dice como el que espera que la mezcla irredenta de vinos tintos y blancos lubrique los desencuentros e indiferencias del día a día de todo un año…
Y qué decir del 31 de diciembre, penar de mis penares, mi pena en un penal: un tipo del que ya casi ni recuerdas su nombre se te coloca justo a la oreja y te declara su amistad (eterna): no te habló en años, olvidó los favores que le hiciste cuando aquello de la mili obligatoria en mitad de los fríos de Vicálvaro y ahora te saca del baúl de los recuerdos más lejanos historias de internado y de novias cuyos apellidos olvidaste: hambres y sabañones a partes iguales eso es lo que había en aquellos internados que siempre apestaban a humo de paja, calcetines de semana y pies corrompidos: te aprieta la mano o, peor aún, te atrapa por el cogote con sus manos pegajosas de pipermín y te habla de lo bien que se portó el abuelo (mi abuelo) cuando su familia andaba a verlas venir: y todo con las desvergüenzas que provocan la conciencia sucia y los excesos del ron: del Negrita: del Cacique a granel… «Llena», dice. Y una rubia a la que recuerdas cuando iba de sindicalista morena y fetén escancia el áspero elixir del olvido: cursi estoy: en vasos que tienen la fragilidad de los vidrios Ikea. La Navidad es así y hay que asumir el ritual en toda su extensión. O lo aceptas o te conviertes en bicho tan sospechoso como raro, más propio de algún pudridero de la Amazonia que de esta Europa que sigue respirando por la herida de una II Guerra Mundial mal cicatrizada.
No fue 2024 buen año, pero con seguridad que será mejor que el venidero: Europa se hunde: volverá la peseta: tiempo al tiempo: como en todo, en la Nueva Europa también mandan los más ricos: Alemania y Francia frente a todos, pero cada vez menos: el degolladero de Ucrania comienza a pasar factura y los neofascistas cantan sus himnos en las barriadas obreras. Inglaterra siempre a las órdenes de Churchill, más aún después de la espantada del Brexit. Por cierto que Trump se ha cortado el pelo: un anticipo de lo que nos espera: si Donald fue capaz de desprenderse de su cabellera de maíz Simpson es que aquí ya puede pasar cualquier cosa, incluso que Elon Musk llegue a Marte antes de que conozcamos el mar: la mar: en todos sus secretos. Armas, armas, armas, misiles, drones a la estampida, minas a tutiplén y, lo que es la vida, ni un solo metro de gasoducto ucraniano destruido: puntería financiera en verdad milagrosa. África: 54 países y ninguno democrático: repito: ninguno. El SIDA: caballo apocalíptico que desparrama sus miasmas aquí y allá: y sobre todo en casa del pobre, donde no llegan los retrovirales que ya circulan por el mundo rico como si de aspirinas se tratara. En Nigeria los niños de nueve años revientan bajo los oleoductos de Occidente: no importa. Sudán hoy, en cualquiera de sus versiones, bien cristiana, bien islámica, formaría parte del Canto XXII del Infierno de Dante Alighieri: el diablo anda suelto: todos los diablos: a Putin no tardará en salirle un clon de maldades idénticas, como al pijoprogre al-Ásad, que había convertido la dulce Siria en una morgue interminable: en los huesos de sus opositores se cimientan sus palacios y sus miles de millones, mientras Europa esquiva la mirada de las madres que rebuscan la osamenta de sus hijos escarbando en montañas de cadáveres. Por no hablar de Motosierras Milei —¡pedazo poeta!— o del norcoreano de nombre impronunciable… Netanyahu ha conseguido que gran parte de la bendita Israel advierta: no sin cósmica vergüenza: que las trompetas de Jericó nada pueden frente a las murallas de Gaza: los escombros y la sangre de toda edad son la nueva bandera de los milicianos terroristas de Hamas. No hay subterfugios que valgan.
Y ya puestos, me niego a elevar a nivel de categoría o a silenciar el crimen incalificable de ese francés que drogaba a la parienta y se la ofrecía a los tipos más rijosos para que abusaran de ella en una violación: interminable: en una cadena en la que participaron, que se sepa, más de cincuenta «honorables» vecinos… En cada pueblo —y más si son tan pequeños como el que hace al caso— hay una novela de terror por escribir. Militares, jovenzuelos y ancianos necesitados de viagra para completar el crimen, profesores y bomberos, médicos y hasta algún panadero de vida aparentemente tan honrada como aburrida violaron durante diez años a la señora de Dominique Pelicot. Gisèle se llama. Diez años entrando y saliendo por la misma puerta los mismos degenerados: ¿y nadie vio nada?
Ni las redes sociales, ni el dinero de plástico, tampoco el panel solar enrollable, ni el black friday o el guguelmaps… El invento del año: del siglo, si me apuran, fue… Veamos. Hay que pensárselo dos veces, porque ocurrencias hubo muchas, pero yo casi me atrevería a decir que nada llegó a los niveles de inteligencia tecnológica que supone haber conseguido que los tapones queden adheridos a la boca de las botellas de plástico en un alarde de inventiva que lo dice todo sin necesidad de más palabras. No sé cómo el ser humano pudo vivir hasta ahora sin el taponcito de marras, la verdad, pero siempre hay un día para todo. Algún pillo se estará forrando con tan poderosa invención: tiempo al tiempo: al final todo se sabe.
Los andaluces encaramos un año que resultará vital para marcar sitio en la Hispania de Puigdemont: quién te lo iba a decir, Puchi, a ti, precisamente a ti, que ibas a acabar de masca sin rival de este vodevil en que algunos han convertido Hispania: ¿habrá elecciones? Las habrá, no lo dudes, las habrá, cuestión distinta es cuándo y para qué: recuerda: «De molinero cambiarás, de ladrón no», que decía tío Marcelo cuando le pidieron cuentas por el (poco) aceite que rendía la almazara. ¿Aguantarán un año más los júligans del PP el paso alegre de la paz de Beato Feijoo o se decidirán a poner de una vez por todas en el mascarón de proa de las derechas hispanas a doña Agustina de Ayuso y Su Novio el Resalao? Bonito discurso del que todo lo niega: gobierno de frikis con algunos peritos en el arte de responder a la mentira con más mentiras: es lo que toca: Duelo al amanecer: El hombre de las pistolas de oro: Pedro Sánchez solo ante el peligro, frente a todo, contra todos. Palabras de 2024: bulo y fango: imposible ya separar la cizaña de la mies. Sin embargo, no olvide la del Novio Resalao que la economía española respira por el pulmón del jornalero. De los jornaleros andaluces. Y ahí está el monaguillo Bonilla, el mismo que quiere unificar el andalú del cabo de Gata con el no menos andalú de Graná, cual émulo de un nuevo Nebrija: y no veo yo a Moreno Bonilla, la verdad, con ganitas de peleas justo cuando mejor vive, porque hay que ver lo bien que se vive… contra Juan Espadas. Ayuso en Madrit y Juanma en Sevilla son la garantía plena de que seguirán mandando los herederos de Pujol.
La gota fría de Valencia: 223 muertos a los que no se les puede llamar fallecidos: claman no ya justicia, sino la venganza propia de un drama de Calderón de la Barca: penita que en España ya no quede ningún Alcalde de Zalamea. Y los dineros que no llegan. Y los coches ardiendo a la vera de las casas. Y el barro que no cesa… Aquí hay dinero para todo, hasta para el inventico del tapón umbilical, pero no para cuestiones tan realmente importantes como el bienestar de los niños o el merecido pasear de los abuelos dos meses y pico después de las riadas, y no llegaron a mil los que se fueron barranco abajo porque los ángeles de la guarda paleaban a full-time. Nuevo círculo en el Infierno de Dante: hundidos hasta las cejas en el lodo que no supieron evitar, purguen sus penas todos los técnicos, políticos y sabihondos que cerraron los ojos y los oídos y ahora, cuando se ven camino de los juzgados, se limitan a culparse los unos a los otros con él índice bien clavado en el propio trasero. Los desastres de Valencia nos han puesto ante la nada de una Europa más preocupada por las playas de Benidorm que por las naranjas de Catarroja. De Madrid y Mazón qué decir que no abrase la boca…
¿Queda algo de Ronda? La rendición de El Castillo lo dice todo, al tiempo que la autovía de Cerralba se ejecuta de Gerona a la Geltrú. Y a la señora marquesa de Moctezuma que la vayan dando al tiempo que suena el Burrito Sabanero en versión Bisbal… Después quemen los mascas de la fundación retrato y testamento a favor de los pobres en mitad de la plaza de España, a la vera del busto de Ríos Rosas.
En fin, que cantaré villancicos, aguantaré al colega del 31 y, después de todo, agradeceré haber vivido otro año más: la vida es lo que cuenta: la vida es todo cuanto tenemos. Volveré a ver ¡Qué bello es vivir! mientras sueño con aquellos pollos capones que todavía no sabían a harina de pescado. Me aseguraré un rosquito de vino… Feliz Navidad y un 2025 cuando menos llevadero.