La ciudad de Ronda, la tres veces milenaria Arunda, se encontraba en estado de shock. La propuesta de Elon Musk, el más que famoso magnate de la tecnología y las finanzas, avivaba una profunda división entre los vecinos. Su oferta era ciertamente tentadora: 13 millones de euros a cambio de tres años de uso exclusivo del emblemático Puente Nuevo como reclamo publicitario de las marcas que conformaban su imperio. Sin embargo, cuando los vecinos tuvieron conocimiento de las condiciones que implicaba el acuerdo entre Elon Musk y el ayuntamiento, se desató una tormenta de debates y protestas muy enérgicas.
—Es una oportunidad sin igual —argumentaba fervientemente Javier, el dueño de una tienda local de souvenirs—. Con ese dinero, podríamos renovar las infraestructuras, apoyar a las familias más necesitadas, podríamos dar un impulso definitivo a los accesos al casco histórico y mejorar significativamente nuestro potencial turístico. ¡La verdad es que sería una inversión que beneficiaría a todos, también a los que se oponen…!
En total desacuerdo con esta visión, María, una profesora de Historia de instituto, levantó la voz con un tono que denotaba tanta dignidad como rabia, y dijo:
—¡No podemos permitir que se profane nuestro patrimonio! El Puente Nuevo es más que un monumento, es el alma de Ronda. Pintarlo de verde fosforescente, como pretende Musk, y cerrarlo al público, aunque sea por tres años, supondría una atrocidad, un crimen de lesa cultura. Sería una afrenta a nuestra historia, a nuestra idiosincrasia, a la memoria de nuestros mayores… ¿Qué pensarán nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos cuando vean que permitimos tal sacrilegio? Debemos proteger lo que es nuestro, lo que nos define como comunidad.
El Puente Nuevo de Ronda, diseñado por el arquitecto José Martín de Aldehuela en la segunda parte del siglo XVIII, es una obra maestra de la ingeniería civil española. Este impresionante viaducto de piedra se alza sobre el desfiladero del Tajo, uniendo el casco antiguo de Ronda con la parte moderna de la ciudad. Su diseño robusto y elegante, con un arco central que alcanzaba los 98 metros de altura, había resistido el paso del tiempo y se había convertido en el emblema de la ciudad.
La primera condición de Elon Musk, que suponía tener la exclusividad sobre el puente por tres años durante los cuales nadie podría cruzarlo, ya había generado escepticismo. Sin embargo, era la segunda condición la que revelaba un mayor grado de indecoro, ya que implicaba permitir el pintado de las piedras del puente de un color verde fosforescente tan llamativo como burdo, por lo que no pocos rondeños acabaron tomando la oferta del magnate como un insulto. ¿Cómo justificar la transformación brutal de un monumento tan icónico a cambio de unos millones de euros que el tiempo se acabaría comiendo o, lo que era más probable, perdidos en los bolsillos de los listillos de siempre? Se comprendía, pues, que las gentes de Ronda se hallaran divididas en facciones irreconciliables y que no pocas veces se llegase a las manos.
En medio de esta contienda, un grupo de oposición formado por ciudadanos preocupados por la preservación del patrimonio cultural se hizo fuerte y, a medida que pasaban los días, iba ganando adeptos. Organizaron reuniones, manifestaciones y campañas en redes sociales para expresar su rechazo a la propuesta. Ante la posibilidad de que su iniciativa no saliera adelante, Elon Musk se presentó en Ronda para negociar en persona su oferta, añadiendo dos millones más a la propuesta inicial, pero reiterando que no renunciaría a la explotación exclusiva del Puente Nuevo durante tres años, previo pintado de verde fosforescente. Para evitar los problemas de tráfico derivados del cierre del monumento, se ofreció a los técnicos del ayuntamiento para diseñar con sus mejores ingenieros un vial alternativo que comunicara el sur y el norte de la ciudad.
Además, Elon garantizó que los materiales y la pintura serían biodegradables y muy respetuosos con el valor histórico, ecológico y cultural del monumento. También aseguró que el pintado, transcurridos los tres años de contrato, se eliminaría en su totalidad con unos rayos geoláser de última generación cuya eficiencia estaba bien probada en la producción de su Tesla modelo Ronda. Musk, que estaba más que dispuesto a jugar duro para hacerse con la explotación publicitaria del Puente Nuevo, propuso la edificación de un hotel de lujo, con solo seis suites, aunque con vistas increíbles, en la parte superior del puente, y desplegó y explicó un proyecto que suponía cien puestos de trabajo directos y que comportaba el empleo de materiales a base de metacrilato biónico. No escondió que su pretensión era dedicar el hotel, que se llamaría Muskolonia, al disfrute exclusivo de otros magnates amigos, además de convertirse en sede de un centro financiero internacional.
—Quizás podríamos considerar esta oferta revisada —sugirió cautelosamente Manuel, un concejal que había estado sopesando los pros y contras—. La inversión sanearía las cuentas municipales totalmente y si, además, los materiales son tan seguros como se nos dice… Aunque eso sí, debemos ser cautelosos para que no haya ningún daño irreversible.
La UNESCO no las tenía todas consigo y formuló una advertencia clara: cualquier alteración en la fisonomía del Puente Nuevo acabaría poniendo en riesgo su candidatura a patrimonio mundial. Esta advertencia, lejos de apaciguar los ánimos, inflamó aún más el ambiente de discordia. Los ciudadanos más conservacionistas y los defensores del patrimonio se sintieron respaldados en su negativa a aceptar lo que ellos tildaban de «cambalache cutre y codicioso». La tensión alcanzó el punto de efervescencia máxima cuando dos abuelas ecologistas, muy conocidas desde los lejanos días en que la Serranía de Ronda se echó a la calle en defensa de sus acuíferos, y un jubilado de la antigua Caja de Ahorros, se colgaron del arco mayor del puente mediante un ingenioso juego de poleas, sogas, contrapesos y arneses en señal de protesta.
—No cederemos —gritó desde las alturas doña Carmen, una de las abuelas, con la voz vibrante y firme—. El puente es nuestra herencia, y no seremos cómplices de su vandalización. ¡Este es un símbolo de nuestra resistencia y de nuestro amor por la historia y la naturaleza!
—¡Es inaceptable! —exclamó un anciano que elevaba su voz entre la multitud reunida en la plaza del Socorro—. ¿Vender nuestra historia por unas monedas? ¡Nunca! No podemos permitir que treinta euros de plata nos hagan perder nuestra identidad.
Frente a la creciente presión popular, algunos ciudadanos propusieron la celebración de un referéndum para decidir sobre una propuesta tan codiciosa como la que les había hecho llegar Elon Musk. Sostenían que una cuestión de tal magnitud debía ser abordada por todos, no solo por unos pocos políticos, como el alcalde pretendía. Sin embargo, el equipo de Gobierno se les había anticipado y había hecho público su veredicto, que, como era de esperar, suponía la total aceptación de la propuesta de Elon Musk. Pese a las advertencias de la UNESCO y a las protestas cada día más numerosas y violentas, los dos tercios de la corporación municipal aceptaban la oferta del magnate tecnológico. Posteriormente, se rumoreó que el alcalde y algunos concejales habían recibido algún que otro sobre de contenido incierto, y aunque eso nunca se pudo demostrar, lo cierto y verdad es que acabó generando más indignación entre los vecinos.
—Es una decisión difícil —reconoció el alcalde en una rueda de prensa tensa y llena de miradas acusatorias—. Pero creemos que los beneficios para nuestra ciudad superan los riesgos. Usaremos estos fondos para mejorar la calidad de vida de nuestros ciudadanos más vulnerables. Crearemos becas, mejoraremos los servicios sociales, invertiremos en infraestructuras… En pocas palabras, yo, como cabeza de este Excelentísimo Ayuntamiento, me comprometo a administrar los millones de Musk con tanta transparencia como se espera de mí, bien me conocéis.
El anuncio oficial lejos de aplacar los ánimos o resolver las divisiones, terminó desatando la furia de una mayoría de ciudadanos que no querían aceptar la lluvia de millones prometida por Elon Musk. Las discusiones en las calles, en los bares y en las plazas reflejaban una comunidad fracturada pero intensamente viva, consciente de que estaba en juego algo más que una suma de dinero: la esencia misma de su legado histórico, eso estaba en juego. Las voces de protesta no se apagaron, crecieron y se expandieron por todo el mundo, al tiempo que la resistencia se organizaba con renovada determinación, sabiendo que la batalla por el alma de Ronda apenas había comenzado.
Los días siguientes al anuncio estuvieron marcados por manifestaciones diarias. Los ciudadanos llevaban pancartas que decían «¡No vendan nuestra historia!», «¡Protejamos el Puente Nuevo!» y «¡Ronda no se vende!». El debate se intensificó en los medios de comunicación locales, con editoriales, cartas al director y debates televisivos que reflejaban la pasión y el compromiso de la gente con su ciudad.
Mientras tanto, el equipo de Musk envió a sus representantes legales para intentar calmar los ánimos a fuerza de números y promesas, asegurando a la población que sus intenciones eran sanas y que resultarían muy ventajosas para la economía de Ronda, además de muy respetuosas con el entorno. Los encuentros entre los representantes de Musk, arropados en todo momento por el alcalde y un grupo de concejales, con los líderes comunitarios de la ciudad se volvieron tensos y complicados. Cada parte defendía vehementemente su punto de vista. Las discusiones se prolongaron durante horas, y en ocasiones, se tornaron muy, pero que muy acaloradas.
La resistencia no se limitó a las palabras. Las abuelas ecologistas y el jubilado continuaron su protesta en el puente, desafiando las inclemencias del tiempo y la presión de las autoridades para que abandonaran su peligrosa posición en el vacío. Se les hizo llegar alimento y agua a través de un bombero voluntario. El acto de resistencia de los tres ancianos se estaba convirtiendo en todo un símbolo, más que viral, de la lucha por la preservación del patrimonio, inspirando a otros a unirse a la causa.
—Este es nuestro puente, que ha resistido siglos de historia —dijo doña Carmen en una entrevista—. Y no vamos a dejar que unos cuantos millones lo destruyan y nos muestren ante el mundo como unos imbéciles. Esto es más que una estructura de piedra; es el corazón de Ronda.
En medio de esta turbulencia social, los turistas seguían llegando a la ciudad, atraídos tanto por la belleza del Puente Nuevo como por la apasionada defensa que de él hacían sus habitantes. Muchos se unieron a las protestas, impresionados por el fervor y la constancia de la comunidad, aunque no faltaron los que se mostraban partidarios de Elon Musk y le daban palmaditas en la espalda al alcalde. Los comercios locales, sin embargo y en su mayoría, apoyaron la causa conservacionista, adornando sus escaparates con mensajes de apoyo a la resistencia en defensa de su patrimonio.
Finalmente, ante la presión creciente de la prensa internacional y las acusaciones veladas de corrupción, que lejos de menguar iban a más, el gobierno local dio un giro total y anunció que iba a reconsiderar su decisión. Convocaron una asamblea abierta donde todos los ciudadanos podrían expresar su opinión y votar sobre el futuro del Puente Nuevo.
La noche de la asamblea fue tensa y emotiva. Nunca se olvidará en la ciudad. Los argumentos a favor y en contra se expusieron con fervor, y las emociones estuvieron a flor de piel. Al final de la noche, el conteo de votos dio la mayoría a los ciudadanos que decidieron rechazar la oferta de Musk, priorizando la preservación de su patrimonio monumental sobre los posibles beneficios económicos.
Y es que el anuncio de la votación provocó una mezcla de alivio y alegría entre los opositores a los planes de Musk. Las abuelas ecologistas y el jubilado fueron recibidos como héroes cuando abandonaron su protesta, que ya había adquirido tintes y ecos internacionales. La comunidad se reunió para celebrar su victoria, con un renovado sentido de unidad y el claro propósito de seguir siempre alerta. Se organizó una gran fiesta en la plaza de España, con música, bailes y discursos que exaltaron el valor de la lucha por la preservación de su legado.
—Hemos demostrado que nuestra ciudad no está en venta —declaró el alcalde con una mezcla de alivio y obligada humildad, que pretendía hacerse perdonar los desvaríos anteriores—. Aunque tarde, he comprendido el sentido de vuestra lucha, que ya es tan mía, tan de todos… Por más que nos quedemos sin vial alternativo y sin los quince millones, quiero ser, en calidad de alcalde, el primer defensor de nuestra historia y nuestra identidad. Perdemos muchos, pero que muchos euros, nuestras arcas seguirán tiritando como de costumbre, pero ya nadie podrá cuestionar nuestra dignidad milenaria. ¡He dicho!
En los meses siguientes, la ciudad aprovechó la energía movilizadora de la protesta para iniciar proyectos comunitarios que beneficiaran a todos los habitantes. Se creó un fondo especial con donaciones de ciudadanos y empresarios locales para la conservación del Puente Nuevo y otros monumentos históricos. Los centros educativos integraron en su currículo programas sobre la importancia del patrimonio cultural y natural, fomentando un sentido de responsabilidad y orgullo en las nuevas generaciones.
La UNESCO, impresionada por la determinación de los rondeños y su compromiso con la preservación del Puente Nuevo, aceleró el proceso de evaluación y finalmente otorgó al puente el estatus de Patrimonio de la Humanidad. Este reconocimiento no solo fue un honor para Ronda, sino también un símbolo de la victoria de la comunidad sobre las fuerzas del mercado y la modernización llevada a cabo sin respeto por la historia.
Hay que decir que las abuelas rebeldes y el jubilado de la antigua Caja, junto con otros líderes comunitarios, fueron honrados por su valentía y determinación dando sus nombres a varias calles de la ciudad. Las fuerzas vivas organizaron una jornada en la que se plantaron árboles en diferentes lugares como símbolo de vida y renovación, asegurándose de que las generaciones futuras recordaran la importancia de proteger y valorar el patrimonio.
Elon Musk no dio importancia a su derrota, la verdad, ni prestó demasiada atención a que Ronda hubiera rechazado su oferta. Estaba demasiado entretenido con la producción de nuevas baterías para sus cohetes y se limitó a hacer una declaración institucional desde una de sus naves espaciales:
—Señores, no crean que se han librado de mí y de otros como yo. Tarde o temprano acabaré pintando de verde fosforescente con lunares rojos ese puente que dicen querer tanto pero que tan poco cuidan… Esto es solo el principio. Elon Musk nunca pierde y no renuncio a mi hotel Muskolonia.
(Todo fue un juego. Un cuento. No veo a Mr. Musk haciendo una oferta tan bárbara, la verdad. Pero.)