sábado, 20 abril 2024
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Ochentones sin recelos

Acabo de cumplir 80 años y confieso que esta certeza no  me atenaza ni me proporciona pesadumbre. Atisbo la proximidad del fin de mis días en este mundo y tengo que decir que no lo vislumbro con pesar: he asumido que es ley de vida decir adiós  cuando se colmata esa edad, la cual nos lleva a pensar, que se quiera que no, en la proximidad del final de nuestra existencia. 

Es evidente la reciedumbre de que en este mundo estamos de paso, algo que llegado los momentos de la senectud avanzada, consideramos que en nuestros años de juventud no nos pasaba por las mientes el fantasma de la muerte, Era algo que hemos venido considerando  como un acontecimiento funesto pero del que todavía nos encontramos  lejos. Lo  cierto es que, inequívocamente  la muerte nos acecha, y tenderá a propinarnos zarpazos llegada la hora, esa a la que en los años de juventud, nos obstinamos en ignorar, cuando ano a despreciar.

¡Ilusos que somos!  Vivimos nuevos tiempos en los que lucen con el mayor esplendor -considerando el pasado histórico del hombre – en una época en la que brillan con luz propia tanto la ciencia como la tecnología, a cual más adelantada. Permanecemos más años en este mundo, asistimos a un acortamiento de espacios entre diversos puntos del mundo en que nos movemos, así como del acortamiento del tiempo paran lograr este fin. 

Cascadas disformes de información nos sobrevuelan, al mismo tiempo que los criterios de valor se enlentecen o desaparecen del todo al unísono del imperio de la violencia y aceptación como sacrosanto del individualismo, junto a la negación de que somos mortales y como que como tales la finitud de nuestras vidas no nos preocupa en demasía y que, por lo tanto, hacemos caso omiso de ella. 

Eso de que «aquí estamos de paso» es una verdad que obviamos o denigramos y no acabamos de entender, ni mucho menos de aceptar, un dicho que, no pocas veces repetimos pero que consideramos como que no nos incumbe. Lo emitimos cuando nos referimos  a los demás, pero muy pocas veces considerado que también en inherente a quienes proferimos esa verdad incuestionable. 

 Cumplir 80 años de estancia en este mundo es una suerte. Importa abrir la mente y pensar que es posible vivir algunos años más y no pensar que la muerte puede estar ya al acecho para propinarnos el golpe de guadaña final. Es posible esquivarlo  o que se posponga por algún tiempo más. En esa  creencia nos movemos quienes llegamos o superamos esa edad con la intención de permanecer en este mundo sin pensar en que la partida pueda ser inminente e imperiosa.  Sin recelos, ya digo.

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