viernes, 26 abril 2024
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Penita de gestión, poder efímero

El profesor don Jaime Naranjo daba clases de Historia en el “Brocense” de Cáceres. Pertenecía al bando de los perdedores de la guerra del 36, y aunque algo de aquello quedaba en su mirada siempre afable, la verdad es que el tiempo había restañado las heridas que dejaran en su corazón expedientes y traslados forzosos. Era un buen tipo con algo de alma en pena, pero tenía muy claro que por encima de los regímenes políticos siempre pasajeros estaba la obligación de educar. Y eso hacía: enseñar el pasado con asepsia, igual que disertaba sobre los acontecimientos históricos más próximos sin el menor atisbo sectario.

En fin, don Jaime era una de esas personas con las que daba gusto conversar y discrepar, salvo que tuviera uno de «sus días»: entonces se dejaba entrever el diablillo que llevaba dentro y llovían ceros a mansalva a poco que confundieras los asirios con los sirios. La carencia o el abuso de aquella “A” que diferenciaba las edades Contemporánea y Antigua era para él una cuestión de honor. De honor docente, que también existe, por más que el colectivo de enseñantes pinte y pese cada vez menos en las sociedades actuales: culpa nuestra.

Don Jaime era una verdadera institución andante, siempre presto a iluminarnos con sus amplios conocimientos. Sin haber renunciado a sus ideas socialistas –más cercanas a Besteiro que a Largo Caballero–, no guardaba rencores enquistados y nos empujaba a «sus chavales» hacia lo que él llamaba un ciclo nuevo.

Pelín excéntrico, vestía americana oscura y desaliñada cuando la arruga no era moda, y nunca consiguió anudarse la corbata como manda la etiqueta, si bien es cierto que su señora le proveía de camisas de cuellos inmaculados de almidones y azuletes. Además, como acostumbraba a llevar una piedra tallada en un bolsillo y una pulimentada en el otro, no por capricho, sino para nivelar el peso y por mejor explicarnos las diferencias entre Neolítico y Paleolítico, pues sí, la figura de don Jaime mostraba un aire de valleinclanes y machados que a nosotros, lejos de provocarnos risa, nos causaba un sentimiento de respetuosas devociones.

Supongo que por los setenta todavía sería objeto de acosos y envidias, pero había aprendido a superarlos con una vida ordenada, idéntico recorrido diario y saludos educados a diestra y siniestra: literal.

Acababa las clases y se encaminaba a pie hasta la cantina de la comandancia de la Guardia Civil, donde, mezclado con guardias y sargentos se tomaba dos vasitos de vino turbio y un pincho de algo, lo mismo le daba tortilla que morcilla. Pronto se formaba el corrillo y él comenzaba a hablar de política ¡en el cuartel de los civiles y con el franquismo todavía en danza! Pocas veces pagaba y nunca nadie le afeó sus palabras. Y se entiende: ¿quién se hubiera atrevido a ordenar el arresto de un hombre que tomaba vino con los civiles y que, además, se paseaba con un pedrusco en cada bolsillo?

Para él el ejercicio de la política tenía dos niveles complementarios: lo que disfrutaremos nosotros, es decir, lo inmediato; y lo que disfrutarán nuestros nietos, o sea, los proyectos que marcan época.

Cuando observo las prácticas del actual equipo de Gobierno echo de menos al bueno de don Jaime: los grandes maestros siempre quedan: advierto en la tropa del ayuntamiento inmediatez y más cortedad de miras: nada que haga futuro. Advierto, en fin, que estamos inmersos en una ciudad estrecha, chabacana, irrespetuosa con la Historia y con la Cultura, poco solidaria y muy crispada. Obvian los mascas que nos mandan –o eso creen– que con lo efímero basta y, claro, no piensan en los nietos. Y eso es justamente lo que debería rebelarnos a todos.

Nos creemos eternos y no percibimos que la inmortalidad es algo tan simple como la Alameda del Tajo, que ya cobijó a siete u ocho generaciones rondeñas. ¿No hay por ahí tres o cuatro hectáreas en las que trazar una nueva zona verde? Se ve que no. Y la autovía en fase de estudio por enésima vez. Y la biblioteca… Paso y callo. De la estación de autobuses qué decir que no ofenda al sentido común. Y un apunte a vuelapluma: ¿quién fue la lumbrera que extendió el napalm sobre el césped del campo de fútbol,  y hasta cuándo?

Así se explica que el acueducto de Fuente la Arena: romano él: se esté viniendo abajo: perdiendo arcadas a ritmo de aguacero: sin obtener la calificación de Bien de Interés Cultural… Mientras, mira tú por dónde, amor inmenso por la Historia que tienen, Pilar fue expulsada –arrojada más bien- hace ya un año de su puesto de arqueóloga en los servicios municipales de patrimonio histórico, no sabemos si por no tener pelos en la lengua al tratar aquello, ya sabes, lo del Puente Nuevo o por mandar un mensaje: Palermo en vena: de lo que le espera a cualquiera que ose llevar la contra a la tropa que gobierna. Vamos, igualitos que don Jaime y sus dos piedras. Fatiguitas nos quedan que pasar de aquí a mayo.

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