martes, 19 marzo 2024
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Memorial de desastres

En mi cartilla militar alguien estampó aquello de «valor se le supone» sin consultarme, sin pedir permiso, por más que yo dudase de lo que ellos, quien quiera que fuesen ellos, daban por supuesto. No era cobardía; era sentido común. Me veía muy capaz de defender las huertas y el río de mi pueblo y hasta el caserón arrofranqueño de mi abuela Eugenia o la acequia que aportaba agua a los bancales de La Huetre; también hubiera defendido con agrado a la democracia con todas sus imperfecciones frente a la violencia de los caudillos; y tengo la seguridad plena de que, llegado el caso, protegería con uñas y dientes la casa que cobija a mi familia.

Pero nada de eso tenía ni tiene que ver con la patria, sino más bien con el instinto de supervivencia que acompaña a todas las especies animales. Hoy, sin ir más lejos, aquerenciado en las seguridades de mi sofá, veo pasar las imágenes del centro de Kiev: treinta segundos no más: y me digo que también yo defendería parques y plazas, calles y farolas, igual que lo hacen los ucranianos, civiles o militares no importa: cuestión de huevos. Llegados a ese punto, no queda otra que enfrentarse al abusica por más pacífico y huevón que uno sea.

Sin embargo, lo reconozco: no soy de tanques ni banderas y me da igual la estrategia de Wellington en Waterloo. Y es que llega a tanto lo mío con estas cosas de la guerra, que no compro nada que lleve el logo de Hugo Boss, un poner, porque un buen día leí, no sé dónde, la verdad, que en sus fábricas textiles se había diseñado el uniforme de gala de las SS hitlerianas. Nunca alcancé a comprender qué valor hay en desfilar al son de timbales y cornetines destemplados, y más en mi caso, que siempre anduve así como regular de los pies; como tampoco entendí la supuesta grandeza que haber pudiera en cuadrarse delante del mostachón de Bismark, o qué valentía esconde presentar armas ante un general al que uno no conoce de nada.

Anticipo, pues, que nunca sentí el menor interés por la parafernalia militar, por más que en mi familia siempre hubiera militares tanto de chusco como de galones y estrellas; yo mismo en mi juventud sentí la tentación de hacer carrera militar, pero mi madre, ay, mi santa madre siempre fue más de enfermeros, maestros, patronistas, ingenieros y, llegado el caso, incluso algún misionero, pero en asunto de pistolas con las de mi padre andaba más que sobrada.

Y es el caso que hoy, cuando Vladimiro Putin siembra por enésima vez de metrallas y escombros los campos de girasoles de Ucrania, he vuelto a ver al capitán Bocanegra cuestionando la Constitución del 78 en la cantina de oficiales del RACA 11 de Vicálvaro, a boca llena, pecho henchido; y he recordado el miedo, mi miedo a un patriotismo que yo intuía umbral de todos los desastres.

He visto a Rabin abatido por un fanático que sacó el arma como otrora sacaban los arcángeles las espadas flamígeras: brazo ejecutor, bárbaro soldado de las huestes del terror. Y he visto a Olof Palme muerto sobre el acerado de Estocolmo donde esperaba la vez para entrar al cine del brazo de la parienta. He visitado y soñado —tantas veces…— los campos de concentración nazis y las estepas rusas incendiadas, que se me echaron de nuevo encima las pilas de cadáveres cósmicos, todo hueso, todo inocencia. He visto a Napoleón hablando de tú a tú con las pirámides: privilegio de mariscales y demás ralea. He visto levitar un autobús con niños israelíes que ya nunca compartirán las rosas de Damasco. También vi a los niños de Gaza sin jardines donde cultivar las rosas. Y allá a lo lejos, al amparo de la noche, vi a los familiares de Sadam ocultando sacos colmados de dólares robados con el plácet de Reagan. Vi a Aníbal a las puertas de Roma. Y vi a los romanos, después, sembrar de sal los campos de Cartago. Hoy he visto a un soldado de Cleveland amenazar a un prisionero en las proximidades de Basora, tan solo porque pretendía rezar al mismo D. que rezamos cristianos y judíos. Y he visto al ínclito Trillo embobado, flanqueado por don Pelayo y el Cid, por Almanzor y Queipo de Llano, por un jabalí y un carnero, lo he visto, juro que los he visto a todos soleándose en la plaza Maidán de Kiev: atónitos ante la precisión de unas bombas que, según ellos, ni matan ni destruyen, solo asustan desde el otro lado del teléfono de Gila: TikTok, TikTok… Hoy he visto a Stalin relamerse de gusto, mientras el cabo Adolf aplaude el avance matemático de los tanques apocalípticos del Beato de Liébana.

Pero también he visto a Solana, don Javier, recogiendo firmas en contra de las bases americanas, en contra de la Alianza, de su Alianza, por las calles pijas de Madrid. Me he visto a mí mismo pegando carteles contra la OTAN, recogiendo firmas y votando para salir de la antesala del infierno. De aquellas leves brisas, estos huracanes: cuestión de memoria. Franco el de la Mili les entregó las bases en procura del perdón de la ONU; Calvo Sotelo nos metió en la OTAN a cambio de un sitial en Europa; Felipe reverdeció los acuerdos bilaterales con los Estados Unidos en Rota, Morón, Zaragoza y Torrejón, y más nos hundimos en los abismos del militarismo universal, socapa de poner freno al golpismo endémico de los Tejero, Pavía y demás compaña.

Sin embargo, Aznar fue más lejos y los superó a todos; tan lejos fue que nos llevó hasta los vastos eriales donde no pocos sabios ubican el Edén: birra y pies en la mesa: rancho tejano de Bush: recuerda. Y que cada palo aguante su vela.

España volvía a las andadas de Calatañazor y la Armada Invencible: la barbarie de un militarismo de alianzas que ponía fin ala neutralidad surgida del desastre cubano de 1898: se nos van las mejores: nunca supimos jugar al modo suizo. Asuntos de guerra: rebobina: Marta Sánchez y aquel Soldados del amor pillando cacho entre nuestros últimos reclutas de reemplazo, envuelta toda ella (o casi) en una bandera hispana y un chapiri con un corazón tatuado: después vino la reconquista de Perejil, en cuyos riscos patrios se habían hecho fuertes unas piaras de peligrosísimas cabras del Rif puestas, dicho sea de paso, hasta las ubres de grifa: las del alba serían: ya sabes. Todo lo demás es mentir.

Aquí los únicos que no mienten, los únicos que no mintieron nunca son la muerte y el terror que irradiaban los ojos de los niños cuando un misil quebraba los cielos de aquella Mesopotamia que nos dio la escritura, el calendario y unos poemas de belleza singular. Tampoco miente la mirada huidiza de esa niña de ocho, diez, doce años que salta a veinte metros de altura aupada por un obús lanzado por los mercenarios vagnerianos de Putin…Qué perra con Wagner, oiga, lo mismo sirve para invadir Polonia que para fusilar y gasear a mayor gloria de Hitler, o para sembrar Ucrania de fosas comunes ahora… Creo que ha llegado el momento de tomar Bayreuth —tire de Google— a cañonazos de Assúúúca de doña Celia Cruz. Ya vale de valquirias y Tannhäuser.

¿Qué hacer, entonces? Visto que las armas de nada sirvieron más allá de alargar la agonía o enriquecer a los chinos que aplauden con las orejas a un tal Xi Jinping, habrá que sentarse y hablar. Sólo hablar.Un día de estos.

Ronda sería el lugar idóneo para la firma del armisticio.¿A qué espera, pues, nuestra alcaldesa forever para ofrecer los bajos del Puente Nuevo a todas las partes en conflicto? Eso sería política de altura, nunca mejor dicho.Bastaría abrir el balcón central e ir lanzando generales por la barranquera. ¿Broma, boutade de mal gusto? En absoluto: nunca hablé más en serio: seguro que al que hiciera diez se ponían a firmar como locos.

Punto y final. Los generales casi siempre mueren en la cama; los generales ponen chinchetas de colores donde las madres colocan los rostros de sus hijos muertos; los generales leen biografías de Patton y Rommel y se limpian el trasero con los poemarios de Rimbaud y Kavafis. Porque ya se sabe que a las democracias siempre las acaban defendiendo de los abusicasun puñado de granjeros embarcados en Nueva York con destino a los mataderos de Omaha. El pueblo pone sangre y casquería, al tiempo que los vendedores de drones y misiles ponen el cazo. ¿Acaso es casualidad que después de un año de guerra los desorejados de Putin no hayan dañado ni un solo metro de oleoducto en Ucrania? Usted mismo.

El Puente Nuevo, ya digo. No sería mal paisaje para finiquitar una guerra que hace poco más de un año nos parecía imposible. Una pena. Divina comedia. Memorial del desastres. Las matanzas de Bucha hicieron grande el TikTok.

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