Este titular que campea más arriba me recuerda al grito estentóreo lanzado por el poeta Goethe en su lecho de muerte. Gritó entonces, como saben, ¡Licht! ¡Mehr licht! ¿Reclamaba más luz en su habitación, o expresaba así su deseo por ahondar en los recovecos del conocimiento, cuando ya intuía su marcha de este mundo? No ha sido posible aclarar la incógnita. El que aludo como titular es el grito que en voz alta o como un hálito de nuestro interior emitimos quienes hemos de soportar la estancia en ciudades populosas, y sobre todo, quienes desde pequeños pueblos del interior respirábamos en ellos a placer nos vimos obligados a emigrar allí en donde el aire se enrarece y la respiración por fuerza se atrofia y enlentece.
En las ciudades más o menos populosas, no digamos de las que merecen el epíteto de grandes urbes, es notorio su aire en extremo contaminado. Salir al exterior supone, no pocas veces, tragarse un escopetazo del mal aliento que pulula por calles y avenidas que busca los escondrijos de nuestra constitución para aposentarse en los pulmones con pretensiones nada amigables y con intenciones de zaherirnos sin contemplaciones. Habrá que hacer algo para que nuestras ciudades se tornen lugares para pasear distendidos y no pendientes a los vehículos que por sus calles transitan dejando un halo contaminante que se enroca en nuestros pulmones con ánimos de zaherirlos sin que podamos hacer nada para frenar su animosidad en abatirnos.
La consistencia ambiental y su pureza es un reto que debemos asumir para sanear calles y plazas hasta ahora sometidas al imperio de ese enemigo invisible, pero demoledor para nuestra constitución física y psíquica que hoy por hoy se pasea a sus anchas sin límites a sus acechanzas. Se impone el freno a la contaminación que pulula a sus anchas y en este dilema que nos abate es necesario urgir a las autoridades que nos rigen para que se pongan mano a la obra y se exija a la ciudadanía un menor recurso a vehículos de combustión. No se trata de suprimir el tránsito de los coches sino de fomentar otros medios que vengan a poner freno a su desmedida proliferación que pone en jaque la salubridad de las ciudades y pueblos en los que nos movemos.
Se impone un urgente cambio de costumbres inveteradas que ahora por mor de la pandemia importa y mucho desechar. Es perentorio sustituirlas por otras más halagüeñas que vengan a poner contra las cuerdas al virus que no ceja en sus amenazas. Urge echar mano a la bici arrinconada durante Dios sabe cuántos años. Pedalear y andar se imponen como costumbres sanas a las que el uso desmedido del cochehabían arrinconado. Volver llevando a cabo estas prácticas se puede lograr que el coche sea ahora el que se quede aparcado: ganaremos la partida a una saturación desmedida y poder gozar así de una atmósfera menos contaminada o nauseabunda.¡ Más aire sano, por favor!