sábado, 20 abril 2024
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La avioneta

Hay un pequeñín de nueve años, como cualquier otro, en la escuela de fútbol municipal. Se llama David, no juega ni peor ni mejor que los demás. No es más extrovertido ni tímido que el resto. Asiste, participa, acierta, falla, sonríe y a veces baja la mirada. Sí recuerdo que un día, en el planteamiento de un ejercicio en el que se daban las manos en círculo, fue él el que soltó la mano de un compañero para hacer hueco al único niño que había quedado excluido.

No hizo ningún aspaviento ni buscó el reconocimiento de nadie, tan solo creó un lugar para alguien que empezaba a agobiarse sin saber qué hacer. En las escuelas deportivas municipales no hay convocatorias excluyentes ni clasificaciones por rendimiento deportivo.

Las semanas pasan sin más altibajos emocionales para los chicos que los propios de un proceso natural de aprendizaje. Pero hoy, en un partidillo de entrenamiento, los caprichos del fútbol han sostenido un empate hasta los últimos segundos. En la última jugada el balón se ha quedado en zona de nadie y David ha acertado con un derechazo. Casi sin esperarlo ha mandado la pelota al fondo de la portería.

Se han oído expresiones de alegría del equipo de David en contraste con el silencio de los que tendrán que esperar otra oportunidad en próximos juegos. David, después del gol, ha abierto los brazos y ha hecho “la avioneta”. Durante ocho o diez metros ha planeado de izquierda a derecha y de derecha a izquierda con sus brazos por alas. Los compañeros le abrazan. El entrenamiento termina. David aún tiene las mejillas sonrojadas mitad por el esfuerzo y mitad por el momento.

Los compañeros siguen felicitándole mientras recogen el material pero él aún no está aquí. Sigue volando con “su avioneta” y quizás no aterrice hasta dentro de unas horas. No hay en el deporte una justicia universal que de a cada uno lo que se merece ni nada por el estilo pero es bonito imaginar que el fútbol ha querido dar las gracias a David.

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