miércoles, 24 abril 2024
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La efímera felicidad

Quienes hemos experimentado la felicidad en algún momento de nuestras vidas sabemos que ésta se viene y se va con una felicidad pasmosa. De ese material estamos hecho los humanos: no se puede albergar la felicidad en nuestro interior por mucho tiempo. Es efímera y volátil. Las poseemos, y en poco tiempo – en un pispas – nos damos cuenta de que nos abandona. Tal es así, que cuando nos invade la felicidad por uno u otro motivo, somos conscientes de que no va a durar tanto como desearíamos. Viene y se va, a veces con pasmosa velocidad. Nos sentimos felices por algún tiempo al experimentar que invade nuestro sentir interior un contento, pero esta satisfacción siempre es incompleta porque damos por hecho que este estado de ánimo placentero  resulta efímero y que con la facilidad que nos llega se ausenta de nuestro sentir y pensar; o sea, de nuestro vivir cotidiano. Nuestra felicidad por tal o cual hecho gratificante se nos antoja que es extremedamente volandera, como si mantuviésemos un pájaro en nuestros manos, sabedores que a poco que nos descuidemos, el volátil ser volvería a surcar los aires y nos dejará contemplarlo en la altura con un palmo de narices.

   Ser feliz durante toda una vida es una aspiración que nadie puede tener en su haber durante toda su existencia. Es más, en un momento dado, tras reconfortarnos un tiempo con algo por el que hemos suspirado, damos por hecho de antemano, que ha de durar escaso tiempo. Ser feliz durante toda una vida es una aspiración humana que está lejos de ser posible más allá de un tiempo determinado. Por esta razón, sabedores de la volaticidad  de esa felicidad añorada, buscamos otros epítetos que reflejen nuestros momentos placenteros. «Me siento aliviado», «me sonríe la vida»,  vivos momentos placenteros», son afirmaciones que eluden y patentizan la felicidad, pero al mismo tiempo vienen a dar por sentado que lo mismo que nos llegó no puede tardar mucho en decirnos «adiós» o «hasta otra», «esto no puede durar mucho tiempo»…

   La felicidad nunca, bien mirada, puede tener una corporeidad férrea y duradera, como tal solo es posible que nos llegue en momentos contados, y por ende, se nos escapa, a veces, en un tiempo que no pocas veces es corto y sin visos de acrecentarse con el paso de las horas. La caricia efímera de la persona querida, el abrazo de quien amamos, la contemplación de una paisaje natural que nos subyuga el ánimo, la obtención de un deseo abrigado durante años, la sonrisa abierta de un ser querido, la obtención de una situación económica anhelada, la llegada de nuestro primer hijo…Bien miradas todas estas actitudes no dejan de ser efímeras. Un hado maléfico se encargará de que sean poca duraderas: se nos esfuman con el paso del tiempo.

   Que levante la mano quien pueda afirmar que ha sido feliz a lo largo de su existencia. Puede que lo diga con petulancia, echando mano a la imaginación o al deseo insatisfecho. En sí misma, afirmar algo así como» soy feliz y lo he sido en toda mi vida» nos resulta falsa, lejana, muy en contra de la realidad,  y como tal la rechazamos de plano ya al oírla de alguien, ya a pronunciarla fatuamente uno mismo. Para expresar nuestro contento por unas u otras razones echamos mano a frases que quienes las pronunciamos o quienes nos escuchan saben que no son consistentes, como «hoy me siento contento o, me he  levantado animoso, estoy bien y satisfecho… pero rehuimos la expresión «feliz» porque nos suena falsa y así lo entenderían quienes nos escuche esa afirmación.

   La felicidad, en los casos que se albergue en nosotros, no puede ser total ni infinitamente alargada en nuestras vidas terrenales. Por el contrario, la conforman y sin que ello no suponga sino intervalos de contento, ráfagas irresolutas que vienen a aponsetarse en nuestro interior, pero que no dejan jamás de tener las horas contadas. Ráfagas de contento y felicidad que vienen y se van irremediablemente. Un beso de la persona amada, un ascenso en el diario trabajo, un encuentro con una persona amiga y querida de la que no sabíamos que aún permanecía en este mundo, unas notas escolares satisfactorias de nuestros retoños, el beso fugaz de la persona amada…

   Recalco algunos dichos de eminencias del pensamiento que hablaron fuerte y claro sobre la felicidad. «Una mesa, una silla, un plato de fruta y un violín…»Es lo que apuntaba Albert Einstein para alcanzar la felicidad. ¡Vive Dios que le sobraba razón!. Cuanto menos son nuestros deseos mayores son las posibilidades para alcanzarlos. 

   Por su parte recalco lo que Antonio Gala dejó negro sobre blanco sobre esta cuestión»: La felicidad es darse cuenta de que nada es demasiado importante». La felicidad, en fin, no consiste sino en concatenar placeres de escasa significancia que la vida nos ha ido proporcionando a través de los años. Momentos felices que nos proporcionan el acontecer de cada día y que no producen ni fastidios ni destemplanzas en el ánimo, pero si contentos, por muy volanderos que sean.

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