viernes, 19 abril 2024
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Benaojanos y montejaqueños condenados a entenderse 

No van más allá de cinco minutos en coche, o de media ahora andado por la carretera que los une,  para salvar la distancia que separa a ambos pueblos entre sí. Comparten ambos topografía montañosa, agrestes paisajes y acendradas  costumbres que no son ajenas al resto de los pueblos del sur malagueño alejados de la costa. Pero que ambos pueblos no  difieran entre sí no significa que lo hagan en otros aspectos que han venido siendo notorios.    

Comparten sierras y orografía montuosa y los dos pueblos se reparten la grandiosidad pétrea de la famosa Cueva del Gato. Las aguas impetuosas del río Guadiaro se abre en tierras del monte Hacho montejaqueño y viene a desembocar, después de atravesar tortuosas oquedades, en las proximidades de la montaraz Dehesilla banoajana. 

  Sin embargo, como no podía ser de otra forma, entre uno y otro pueblo, se han venido creando rivalidades que cristalizaron en dichos que trascendieron repitiéndose desde tiempo inmemorial.  

 Los benaojanos consideran a los montejaqueños, en este caso a las féminas del pueblo como aguerridas amas de casa, las cuales retratan en el dicho que esgrimen sin tapujos:»No lo mates, hombre; cásado con una montejaqueña», seguros de que han de soportar férreas dependencias de las féminas del pueblo. Los montejaqueños, a su vez,  intentan retratar a los benaojanos mediante el dicho «duerme más que un benaojano», lo que lo identifican  con gente perezosa amante del no hacer y de la molicie, o sea a regodearse con un «no hacer nada» persistente. Naturalmente, ni uno ni otro dicho responde fielmente a la realidad, pero se dicen, seguros de que van a zaherir al contrincante o poner en entredicho sus ancestrales costumbres.    

El enfrentamiento entre benaojanos y montejaqueños, sin em bargo, se ha venido, a todas luces, frenando de manera drástica en los últimos tiempos. Hoy por hoy vemos cómo se llevan a cabo noviazgos que acaban en bodas entre habitantes de uno y otro pueblo. Y como resultado el hecho de que la consorte montejaqueña se viene a vivir a Benaoján, o que se marcha a Montejaque con el mismo fin el cónyuge benaojano.    

 Las relaciones entre habitantes de uno y otro pueblo se han venido suavizándose con el paso de los años. Y ya es raro oír a alguien que despotrica de los del pueblo vecino. Crecieron las relaciones amistosas con los nuevos tiempos, y aquellos encontronazos han acabado siendo parte de una historia y unas encontronazos más que superados. Ambos pueblos parecen aceptar que están condenados a entenderse mutuamente: los nuevos tiempos se han encargado de, paulatinamente, suavizar relaciones y dulcificar atávicos rencores entre ambos. Algo que hoy por hoy es ostensible sin reparos. Se impuso la reciedumbre del entendimiento y la amistad sin tapujos. Venció la necesidad de tender lazos de amistad y entendimientos mutuos.

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