martes, 19 marzo 2024
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Vote: no lea esto ni queme neuronas

Fernando de los Ríos fue uno de los barandas democráticos de aquella república: recuerda: aquel invento que se llevaron de calle un puñado de bárbaros, atilas y alanos de todo color, uniforme y pelaje, aunque, eso sí, de idéntica condición. Si no fue de los grandes, sí fue de los que más hicieron. Nació en Ronda y murió lejos, muy lejos, en los exilios de las Américas, después de salvar el Atlántico y el pellejo a duras penas; a don Fernando siempre le persiguió la vehemencia de la pólvora, la envidia y el insulto chusquero. Las tres cosas las llevó con elegancia, protegida su testa por unos sombreros que le quedaban como Dios.

De modo que aunque solo fuese por aquello de los agravios comparativos y sin intención de entrar en polémicas, entiende uno que sería de justicia acordar que el ayuntamiento está en deuda y debe recuerdo público a don Fernando de los Ríos, uno de los rondeños que más chispa dio al nombre de Ronda desde Madrid a Berlín y desde la Granada de Federico al Moscú de Lenin.

Fue un 31 de mayo de 1949 cuando falleció a los 70 años en los exilios de Nueva York, donde, después de huir con lo puesto de un fusilamiento seguro, se le abrieron las aulas de la New School for Social Research, una de las instituciones educativas que más influencia ha tenido en las élites intelectuales de todo el mundo desde que abriera sus puertas en 1919. Ese era el nivel.

Pese a todo, no haremos aquí un panegírico aldeano de este rondeño que dirigió los ministerios de Justicia, de Instrucción Pública y Bellas Artes y, finalmente, de Estado durante los breves momentos en que las fuerzas de progreso estuvieron al frente de la II República. Pues aunque sus numerosos biógrafos bien que nos recuerdan que nació en Ronda, justo en una de las esquinas que separan la calle de la Bola de la plaza del Socorro, lo que más importa es que la personalidad y el pensamiento de don Fernando de los Ríos trascienden de lo local, van más allá del «qué sabihondo nos salió el niño» y escapan del corrincheo pueblerino, al tiempo que sus aportaciones al socialismo moderno hacen de él una de las figuras imprescindibles para entender la historia reciente de Europa.

No se olvide que fue el primero en argumentar para que el PSOE no se integrase en la vorágine rusa. De no haberse mantenido fuera de la III Internacional, el PSOE o bien no existiría, fagocitado por el comunismo soviético, o bien sería un partido de peso menor. Añádase también que en la New School favoreció la creación de un grupo de estudio que comenzó a preocuparse por una Europa entendida como un ente confederal con Constitución única, un ejército profesional para frenar cualquier intentona totalitaria y un Banco Central Europeo. Es una pena que la obra de este rondeño ejemplar no se estudie, siquiera sea sucintamente, en nuestros institutos. Igual sucede con Giner de los Ríos, Ríos Rosas o Vicente Espinel.

Tampoco es nuestra intención hacer bandera de cuestiones con las que se anticipó en el tiempo y que, tras el golpe militar de los Franco (el de la Mili), Queipo y Mola, no volverían a ser realidad en nuestro país hasta la Constitución del 78. Pasaremos, pues, por alto sus logros como inspirador de leyes que permitieron la libertad de culto, la ley del divorcio, los juicios con jurado o la siembra de bibliotecas y escuelas en número próximo a las catorce mil, por no hablar de su valiente decisión de poner al frente de las cárceles a una mujer de la talla de Victoria Kent en una Hispania siempre machista, y por no abundar en la copiosa legislación que emanó de su ministerio a favor de los campesinos: por vez primera en la historia de España se colocaba a la oligarquía terrateniente bajo la férula de la ley. Y no lo haremos porque todo eso, y más, se puede leer en cualquiera de las muchas biografías que por ahí circulan.

Si Azaña es el icono de la II República y la cara de Besteiro su epitafio por redactar, Fernando de los Ríos es el verbo comedido, la inteligencia cultivada, el amor por la Cultura (con mayúscula), el hombre que llega al socialismo desde ese humanismo laico que tanto necesitaba España. Fernando de los Ríos leía y bebía en todas las fuentes progresistas, hablaba en Cádiz con Salvochea (moléstese el lector en saber quién fue), charlaba en Córdoba con los Ortega y disfrutaba de la compañía de los obreros en Granada, sin importarle sentarse en la logia al lado de un barbero. O sea, que acabó apostando por el cruce de ideas, que no de navajas, y se quedó en la defensa a ultranza de valores universales como la libertad y la igualdad de todos frente al Estado, devociones éstas que nunca ocultó de procedencia masónica.

Fuese por su pertenencia a la masonería o por su paso como alumno y profesor en la Institución Libre de Enseñanza (donde llega de la mano de Giner), Fernando de los Ríos se mostró siempre demócrata antes que socialista, hombre antes que militante y un apasionado defensor del diálogo y de la teoría que mantiene que las revoluciones se apuntalan antes con libros que con dinamita. ¿Socialdemócrata, pues? Sin duda. Y a mucha honra, amigo mío, a mucha honra. No obstante, pese a la moderación de su discurso, nadie se confunda: Fernando de los Ríos nunca renunció a la necesidad de una «revolución»: sin pólvora ni estridencias: que transformase la realidad cuasi feudal de una España que en 1931 aún vivía anclada en 1898.

Fernando de los Ríos, y ahí están sus libros para corroborarlo, pensaba en términos revolucionarios pero actuaba desde la moderación que imponían las muchas horas de estudio y el perfecto conocimiento de la historia de España. La «revolución» de don Fernando, muy distinta y tan distante de la de Largo Caballero, no ocultaba las gotas jacobinas que le llevaban a apostar por el poder de la imprenta (el libro al alcance del pueblo y las leyes que se promulgaban en la Gaceta de Madrid) antes que por aventuras que él intuía abocadas al fracaso.

Tal vez sea por eso que se le haya tildado de tibio y que algunos todavía vean en él una especie de burguesito desclasado que dedicó su vida pública (y privada) a la modernización de una España que se resentía de un XIX no superado. Me quedo con las palabras que le dedicó en la BBC Gerald Brenan: «Con una docena más de hombres de la talla de Fernando de los Ríos la guerra del 36 hubiera sido imposible».

Todavía se pueden encontrar desperdigados por las bibliotecas de la comarca libros de su etapa como ministro de Instrucción Pública, aunque también hay que decir que la mayoría de sus obras permanecen ausentes de la Biblioteca Pública de Ronda. Tal vez deberíamos leer Mi viaje a la Rusia Sovietista (1921) y El sentido humanista del socialismo (1926), pues únicamente así se podrá entender en sus justos términos, si se me permite la expresión, su radical moderación o sus radicalismos moderados.

Hay dos fotografía que resumen lo que fue, lo que hizo y aquello que más le dolía. En una aparece por la alquería hurdana de El Gasco, caminando entre las mismas pizarras y constatando las mismas miserias que años antes habían pateado Alfonso XIII y Marañón; se le ve apesadumbrado, dolido y absorto ante la realidad de una España impotente para remediar blasfemias sociales como aquella: una región donde moría más de la mitad de los niños antes de cumplir los dos años. La otra nos muestra a un Fernando de los Ríos puño cerrado en alto, el gesto adusto, arengando a la conquista de la libertad en uno de sus mítines en Granada. Quédese cada cual con lo que más le plazca, pero levántese cuanto antes un algo en memoria de este Hombre de Bien. Para empezar un recordatorio a cualquiera de los alcaldables que votamos el 28 de mayo próximo, que es a lo que iba.

Hace muchos años, antes de que se echara abajo la casa que le viera nacer, la Fundación “Fernando de los Ríos” realizó, a través del Colectivo Cultural Giner de los Ríos —presidido por don Manuel Casillas— una oferta en firme para traer hasta Ronda su legado. Se trataba de unos cuarenta mil libros y miles de documentos, muchos de ellos inéditos y por catalogar. Desde entonces, la callada por respuesta. Se dispensa la dejadez: tal vez hubo presiones y menesteres más importantes que traer acá un acopio cultural, histórico y político que hubiera acabado convirtiendo Ronda en centro romero donde arribasen los muchos estudiosos, que los hay, del socialismo democrático del siglo XX.

En fin, una fruslería, cosa de cuatro gatos, que decían y siguen diciendo algunos; porque, como bien saben los usuarios de la biblioteca pública, si de algo anda sobrada Ronda es de libros. Hay que recordar que los responsables de la Fundación no pedían nada a cambio, salvo que se les permitiera completar el regalo en un edificio con la dignidad suficiente. El ayuntamiento nada hizo, al menos nada oficial, que sepamos.

En fin, que se aproxima el día en que se votan alcaldes y don Fernando de los Ríos y Urruti, hacedor del socialismo democrático español, él que hizo de la libertad bandera, no puede descansar sus libros en la ciudad donde vino al mundo. Nada que afecte a las maquinarias electorales, nada que reste votos. Estén tranquilos, pues. Cosa de cuatro gatos.

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