domingo, 5 mayo 2024
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El Puente Nuevo de Ronda, más de doscientos años provocando el asombro

Han transcurrido más de dos siglos, años más años menos, desde que el Puente Nuevo de Ronda se abriera al público. Un colosal monumento fruto de la conjunción entre lo natural y la ingeniería del siglo XVIII, que fue desde entonces la estampa más reproducida en folletos y libros que centran sus páginas en la ‘ciudad soñada’ de Rilke, en cualquiera de sus manifestaciones artísticas, culturales o históricas. Es el buque insignia de la ciudad, como asimismo de la Serranía que de cerca la acompaña y la corteja.

El Puente Nuevo, de tan magníficas trazas, además de dividir el caserío rondeño sirve de referente a las sierras que desde él se otean como contrapeso a las moles de caliza y espesa vegetación que las componen. La piedra trabajada con esmero hasta dar forma a una grandiosa obra del hombre, y como equivalencia, las lajas, el roquedo, tal como se configuraron tras los movimientos telúricos y la erosión de milenios en la noche oscura de los tiempos. Profundidad casi insondable y elevaciones pétreas igualmente inmensurables, amalgama que sirve a Ronda y su Serranía mítica como abanderados de su fisonomía en medio mundo.

No es casual que los grandes sillares, armónicamente dispuestos que se elevan y soportan el perfil del puente y su atrevida arquería sobre el impresionante vacío, que como todo lo abismal sobrecoge y suspende el ánimo, haya sido escogido como la estampa que mejor define a la ciudad y una región. La obra del arquitecto turolense, afincado en Málaga, Martín de Aldehuela, brinda el mismo poder evocador que espolea las imaginaciones cuando desde otras fronteras o límites geográficos añoramos o revivimos encuentros con otros lugares. El Puente Nuevo nos retrotrae a Ronda, como igual que las ciudades en los que se erigen el Cañón del Colorado, el Michu Pichu, el Coliseum de Roma, Acueducto de Segovia o la Mezquita de Córdoba.

Que de forma inevitable se difunda la efigie del puente rondeño como prodigio de piedra tallada y verticalidad sobre el río Guadalevín y la altiplanicie que encumbra la ciudad se juzga como acertado, ya que responde, y así lo afirman estudios doctos encaminados a calar en las preferencias de los que nos dejan su admiración (y divisas), a uno de los iconos con los que Andalucía mejor se identifica cuando de esta región se habla en el exterior.

Es éste el puente de las interjecciones más vivas emitidas en todos los idiomas del mundo, esas que en romance paladino podrían traducirse por “!Uf!, “ ¡Uy!”, ¡Oh!”, ”Cáspita”, ¡”Caramba”!, amén de otras más jocundas y tan espontáneas como éstas, mas acordes con la inmoderación verbal de nuestras tierras del sur. Así, el puente, familiarmente se conoce como el puente (con perdón) del coño. Por que la exclamación habitual ante su profundidad inquietante, no pocas veces inserta este órgano femenino, cuando algo impacta y sorprende como es el caso de quien por primera vez se asoma al precipicio “!Coño, que alto está esto!”.

Si de cada diez personas que se acercan a Andalucía para conocerla a fondo, nueve de ellas vayan provistas de una foto, un folleto o una guía en la que se le concede al Puente Nuevo de Ronda preeminencia, según estudios difundidos por las oficinas de Turismo de la provincia, es algo que llena de orgullo a los rondeños. El monumento se ganó la admiración dentro y fuera de nuestras fronteras. Con el añadido de que ahora puede contemplarse en horas nocturnas, merced a la iluminación artificial que realza, con el juego de luces y sombras, el halo de magia y misterio que siempre envolvió a la ciudad de la que es paradigma.

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